Ir hacia al pasado en busca de la “grandeza” nacional no es un invento del fundador de Morena. Hace un siglo, Mussolini miró hacia el imperio romano y declaró que Italia volvería a conocer la grandeza y gloria de aquellos días. Y desde entonces, una de las expresiones más elementales de los populistas autoritario y dictadores ha sido exacerbar el nacionalismo buscando un soporte histórico que les brinde a sus seguidores una identidad ideológica que vaya más allá del programa político inmediato que defienden; algo que dote a su partido o movimiento de un aura cultural y espiritual que proceda de muy lejos y que encarne en el “pueblo” que los apoya.
Son los tiempos que corren: Putin desea reconstituir las fronteras de la Rusia imperial; Trump anhela hacer “grande” otra vez a EU de la mano de la Doctrina Monroe; y para no ser menos, en todo el mundo otros tantos populistas autoritarios explotan las raíces nacionalistas en busca de una imagen histórica que los sustente. El chavismo en Venezuela enarboló lo bolivariano como la sustancia vital de su “revolución”, si bien es difícil encontrar una conexión real entre la gesta de Bolívar y la miserable actuación de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Eso no importa, lo repitieron día y noche hasta que no faltó quién creyera que, efectivamente, son herederos del prócer sudamericano.
Con tanto ejemplo a la medida de su ambición, López Obrador ha venido manipulando todas las veces que ha podido la historia de México para poder instalar a su movimiento como continuador de los episodios y momentos fundamentales de la nación. Es así como nos presenta a la Cuarta Transformación como otra etapa a la altura de la Independencia o la Revolución.
El Duce –que se llamaba Benito por Benito Juárez, como se sabe– lo habría felicitado por la gran comprensión de sus enseñanzas. Creó un movimiento que todos conocen como Morena, nombre que recuerda a la mismísima Virgen de Guadalupe (hoy tan celebrada), y que reivindica, por supuesto, a los pueblos indígenas, aunque prácticamente ninguno de los dirigentes de esta organización (comenzando por su líder supremo, con ancestros españoles muy cercanos) pueda ostentarse como perteneciente a alguna etnia originaria.
Ahora bien, Morena es un acrónimo que ensalza como principio fundamental la “regeneración”, un vocablo caro a todos los movimientos fascistas que precisamente hicieron de la “regeneración nacional” su principal bandera. En el extremo de esta noción se halla la idea de purgar a la nación de todos los elementos corruptores, culpables de la decadencia nacional. Desde luego, esto incluye siempre la identificación plena de los “otros”, los enemigos, que suelen ser los opositores.
Increíblemente, todo esto no les resulta extraño a los militantes de Morena que dicen venir de la izquierda. Por lo mismo, tampoco arquean las cejas cuando ven que su líder publica un libro con un título que nos sigue recordando las obsesiones de don Benito (Mussolini): Grandeza, donde para variar miente descaradamente para presentar al mundo prehispánico prácticamente como un paraíso de fraternidad y progreso civilizatorio incesante (algo así como la 4T) hasta que llegaron los españoles. En ese afán ha negado incluso los sacrificios humanos y otras prácticas nada fraternales.
Como se ha podido observar, lo importante para López Obrador no son los hechos históricos –que diversos expertos le han estado mostrando en estos días– sino la propaganda sobre un pasado mítico que pueda servir al discurso de la Cuarta Transformación, donde él sigue siendo venerado como un auténtico tlatoani.
A los izquierdistas de Morena les resultará chocante saber que Marx –el verdadero, no el de los ideologizados libros de texto de la 4T– veía en sociedades como la azteca (que nunca estudió en lo particular, ciertamente) los restos del comunismo primitivo a manos de un Estado despótico regido en buena medida por una parasitaria casta sacerdotal, ejecutora de prácticas tan bárbaras como el sacrificio humano.
La visión marxista es demasiado maniquea las más de las veces, pero por la forma en que gobiernan y los millones que Adán Augusto López y su partido se gastan (y que sólo ingenuamente podemos esperar que sean suyos) en obsequiar y distribuir el nuevo libro de AMLO, me han convencido de que por lo menos ellos y su proyecto sí son herederos de todo ese despotismo y barbarie que insisten en llamar “grandeza”.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez

