Entre las muchas cuentas alegres, las mentiras evidentes, las cifras maquilladas y, por supuesto, los “otros datos” que desde López Obrador se han conseguido imponer a fuerza de ser repetidos, el Primer Informe de Gobierno de Claudia Sheinbaum, particularmente en el documento entregado al Congreso de la Unión, destaca una verdad a medias:

“México ha experimentado un cambio de régimen político, económico, social y cultural. Se está construyendo un Estado social, democrático, un gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo”.

La primera parte de la frase es, nos guste o no, absolutamente cierta: asistimos a un cambio de régimen político. Eso es incuestionable. Pero el sentido de este cambio no es el que apunta la jefa del Ejecutivo; no se está construyendo un Estado social y, mucho menos, uno democrático. En realidad, “La democracia quedó atrás”, como dice el título del imperdible ensayo de Ricardo Becerra publicado por la revista Nexos en su edición del mes que corre.

¿Cómo fue que ocurrió? “Durante los siete años del obradorismo –escribe Becerra– se han empequeñecido y desmantelado con tenacidad piezas fundamentales de la democracia. Hemos sido testigos de una operación desde el propio gobierno que llegó electo democráticamente en 2018 y que, una vez allí, ha emprendido una masiva demolición de la democracia misma”.

Es fuerte la conclusión, pero no tiene nada de hiperbólica; el recuento demostrativo del autor es riguroso: en el pasado ha quedado el marco institucional que hacía posible la organización y celebración de elecciones confiables, esas que estaban bajo el cuidado y escrutinio directo de los ciudadanos (no de organismos colonizados por Morena); se ha perdido la transparencia más elemental frente al ejercicio del gasto público; la militarización del país es un hecho; el servilismo del poder legislativo se confirma a diario; el nuevo Poder Judicial electo “democráticamente” se alista, desde que los nombres de sus integrantes fueron inscritos en los famosos “acordeones”, a ponerse abiertamente a las órdenes del poder político; un montón de instituciones independientes en diversos ámbitos han sido destruidas…

Sí, México ya no mantiene los estándares democráticos mínimos. Todo está bajo el control de un partido y este sigue las órdenes, en el mejor de los casos, de una presidencia real y de otra formal. (Este, por cierto, ha sido un asunto que sigue distrayendo a muchos analistas que aguardan ilusionados una “ruptura” o una “separación” entre estas dos figuras, olvidando que comparten el mismo proyecto autoritario y, lo más importante, la misma estructura de complicidades y corruptelas que los mantiene cohesionados como una auténtica mafia).

Desde luego, el “nuevo régimen” que presume la jefa del Ejecutivo no se presenta como lo que es realmente, sino como la auténtica democracia: “un gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo”. Sin enunciar un pequeño detalle: ellos son el pueblo, la abstracción en cuyo nombre actúan, y que en ocasiones –como cuando se trata de elegir jueces y ministros– no alcanza a ser más del 10 por ciento del padrón electoral.

Así hemos llegado a este “momento estelar”, que no es otra cosa que la autocracia triunfante y que, según Ricardo Becerra, ha recorrido tres fases en estos siete años: “La primera fue la intensa polarización: dividir, partir en dos a la sociedad, a la política y la cultura en México. La segunda fue la anulación de las atribuciones propias de Legislativo, sometido y sin disposición para cambiar una sola coma a cada iniciativa del Ejecutivo. Y la tercera, en la que estamos, el sometimiento del Poder Judicial mediante elecciones a modo. Dentro, un buen número de cancelaciones o demoliciones institucionales de todo orden: políticas, económicas, científicas, culturales. Autoritarismo en plena expansión”.

Visualizar correctamente lo que el país ha perdido y en dónde estamos parados luego de siete años del experimento morenista, es indispensable no sólo como punto de partida conceptual sino como un referente para la acción política de las oposiciones ciudadanas y partidistas dispuestas a resistir. En esa perspectiva, el ensayo de Ricardo Becerra toma la delantera frente a las vanas ilusiones que abrigan ciertos analistas o de otros más que, atemorizados, cierran los ojos y guardan un penoso silencio ante la catástrofe que vive ya el país y que, por desgracia, apenas comienza.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González

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