Al llegar López Obrador a la Presidencia hubo voces que advirtieron que conduciría al país por el camino que había tomado Venezuela, es decir, el de la supresión de las instituciones democráticas y el anquilosamiento de los derechos y libertades de la ciudadanía. A muchos nos pareció una exageración y pensamos, erróneamente, que aunque esa fuera su intención no lo podría lograr porque las reservas democráticas del país se lo impedirían.
Pues bien, ahora que se cumplen los primeros cien días del llamado “Segundo piso de la Cuarta Transformación”, y cuando la demolición de las instituciones democráticas y los contrapesos prácticamente ha concluido, es innegable que ya no somos formalmente un régimen democrático. Muy pocos años duró el andamiaje institucional que dio certidumbre a los procesos electorales y efectividad a los contrapesos diseñados por la Constitución. Cayeron, precisamente, a manos de los mismos autoritarios que durante años se valieron de estos para, llegados al poder, emprender una regresión política sin precedentes que ha desfigurado y distorsionado el legado liberal del Constituyente de 1917 surgido de la Revolución Mexicana.
No somos como Venezuela aún, pero hoy queda más claro que nunca que el gobierno de Morena mira con admiración y fraternidad las atrocidades que se cometen allá en nombre de un supuesto socialismo del siglo XXI, que ni es socialismo ni tiene nada de futuro, puesto que sólo ha llevado hambre, represión y miseria a ese país.
El gobierno de Claudia Sheinbaum llega a sus primeros 100 días cobijando abiertamente una causa dictatorial: la de Nicolás Maduro, heredero de otro tirano, Hugo Chávez, impulsor en América Latina de ese modelo de “revolución bolivariana” que consiste en llegar al poder mediante elecciones democráticas para luego destruir los cimientos de las instituciones en las que justamente descansa la democracia.
Al anunciar que enviará una representación diplomática a la toma de posesión del dictador Maduro como presidente de esa nación, echa a la basura el poco prestigio que le quedaba a la política exterior mexicana, que en los últimos años ha visto cómo se manipulan y tergiversan sus directrices constitucionales en favor de una perspectiva ideológica francamente retrógrada.
El principio de “no intervención” ha sido esgrimido tramposamente para olvidar el compromiso internacional de México –plasmado todavía en la Constitución vigente– con “el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos. Interpretada ideológica y groseramente, la “no intervención” ha servido igualmente para ir al rescate del pederasta y aprendiz de dictador Evo Morales; o para abrir las puertas de nuestras embajadas y dar asilo político a delincuentes como Jorge Glas en Ecuador.
El respeto a la “autodeterminación” es otro principio con el que al gobierno morenista le gusta llenarse la boca, pero lo cierto es que si realmente lo asumiera defendería la victoria legítima de Edmundo González en las pasadas elecciones del 28 de julio, es decir, la voluntad del pueblo venezolano.
En América Latina la postura de México es tan vergonzosa que ni siquiera es compartida por otros gobiernos de izquierda. Es un hecho que la cancillería mexicana se posiciona al lado de gobiernos dictatoriales como Cuba y Nicaragua que se “solidarizan” con la dictadura de maduro, mientras que Brasil y Chile, incluso Colombia, no reconocerán al dictador que hoy intentará investirse nuevamente como presidente de Venezuela (cargo que ocupa desde 2013).
Por supuesto que resulta inquietante que el gobierno de Claudia Sheinbaum arrope, ya sin tapujos, a la dictadura venezolana. Su apoyo al chavismo representa un golpe claro no sólo a las libertades y derechos en ese castigado país sudamericano, sino un intimidante mensaje para la oposición democrática en México. Con su silencio avala la represión chavista hacia los partidarios de Edmundo González y Corina Machado, las desapariciones, los secuestros, los centros de tortura documentados por organismos de derechos humanos; su complicidad con la dictadura está mostrando a los mexicanos y al mundo su verdadero rostro.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez