Llegados al segundo piso de la cuarta transformación, el ascensor para la democracia ha sido mandado al sótano y desconectado por completo. Todo el edificio del Estado se halla en manos de un partido y sus socios (crimen organizado incluido); las instituciones antes independientes han sido destruidas o capturadas; todos los contrapesos, incluido ante todo el Poder Judicial, fueron anulados; la militarización del país es completa y el espionaje, la hipervigilancia de los ciudadanos y la invasión de su vida privada –aunque ellos no lo sepan– son ya atribuciones legales de las fiscalías y Guardia Nacional a través de las nuevas leyes de seguridad, telecomunicaciones y población.

Al parecer ya sólo les queda eliminar por completo la posibilidad de que su propaganda mañanera sea desmentida por los medios de comunicación y que los representantes plurinominales de oposición se reduzcan a su mínima expresión o francamente desaparezcan; es decir, falta aplastar completo la libertad de expresión y aprobar una reforma electoral a la medida del partido único y su ambición autocrática.

En eso están trabajando ya, de forma abierta y “transparente”. Sin embargo, para la gran mayoría de los ciudadanos esto pasa como si nada. Ocurre, pues, lo que un gran caricaturista español, El Roto, consignó hace unos días en uno de sus geniales cartones para El País: “la realidad no está disponible por el momento”, decía, en un fondo vacío. En México ha sido secuestrada por la popularidad presidencial que brindan los programas sociales, y esa pretendida calma chicha que aparentemente disfruta el mexicano a pesar de las decenas de muertos y desaparecidos que se registran a diario, junto con la ficticia bonanza económica que sólo los amargados opositores no aprecian.

Para regocijo del oficialismo, las voces de alerta son minoritarias. Los seguidores y propagandistas de López Obrador, primero, y ahora de Claudia Sheinbaum, ven a estos críticos como los “agoreros del desastre” de los que hablaba el expresidente José López Portillo en los años 80, aunque no tengan realmente nada qué profetizar: el declive y/o fracaso de las políticas, planes y programas en marcha es evidente, aunque la mayoría no lo perciba así. El consuelo galileano de los opositores, eso sí, es indiscutible: no necesitamos ver al planeta Tierra girar para saber que lo hace.

Como explicábamos hace poco, en coincidencia con otros observadores, estamos dejando ese régimen híbrido que instauró López Obrador (por mera necesidad, dado que no pudo vencer de inmediato a sus rivales) para dar paso, abiertamente, a una autocracia. La pregunta obligada ahora es hacia dónde vamos en el sentido más puntual. Sí, a la autocracia, ya sabemos, pero ¿pueden, por ejemplo, realmente llevar a la sociedad mexicana hacia ese modelo de “socialismo del siglo XXI” que se concretó en Venezuela? ¿Podemos transitar como nación a un desastre económico y social de esas proporciones en nombre de una sociedad más justa? ¿Podrá Morena conformar un tipo de gobierno dictatorial capaz de suprimir los derechos y libertades fundamentales para luego generalizar la precariedad priorizando a “los pobres”?

Lo que hemos podido confirmar en los últimos meses es que muchos morenistas –y todo indica que la presidenta Sheinbaum en primer lugar– aspiran a ese tipo de totalitarismo bananero. Cada vez son más los que abren los ojos a esa expectativa que por años nos pareció a muchos, incluso a mí, descabellada o imposible. El regalo de petróleo a Cuba, nuestra política exterior, el hostigamiento a la prensa libre, a toda manifestación de vida democrática, a los empresarios incómodos y a la intelectualidad crítica, entre otras muchas señales, han terminado por convencernos.

No obstante, quedan múltiples dudas sobre cómo exactamente podrán conducir a un país como México hacia ese paradisiaco precipicio. ¿Será que todo resultará tan fácil como hasta ahora lo ha sido gracias al inicial golpe que dieron para obtener la mayoría del Congreso?

Me lo pregunto porque, puestos ya en el desfiladero del autoritarismo, estoy seguro que incluso también para el grupo gobernante –que no estoy seguro de que sea homogéneo– se abren muchas interrogantes, si bien no les ha temblado la mano para terminar de destruir los últimos vestigios de la vida democrática que teníamos.

Y aunque la señora presidenta presume, cada que se presenta un problema gordo (cosa que ocurre casi a diario), que ella mantiene “la cabeza fría, me parece que está dominada por muchas más emociones, dudas y temores de los que deja entrever en sus conferencias matinales. ¿Seguirá confiando ciegamente en que, por fortuna, “la realidad no está disponible de momento”? ¿Hasta cuándo cree que será así?

@ArielGonzalez

FB: Ariel González Jiménez

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