A finales de 1853, Herman Melville publicó el relato "Bartleby", el escribiente, uno de los textos más influyentes para la literatura y la crítica literaria de los siglos XX y XXI. Aunque en su época pasó prácticamente desapercibido, gradualmente se fue convirtiendo en un imprescindible de los escritores y lectores de toda ralea. La trama involucra a un amanuense, Bartleby, quien es contratado por un despacho de abogados y al comienzo se niega a llevar a cabo cualquier actividad que lo distraiga de su labor de copista. Al paso de las páginas, su apatía va incrementándose al grado de dejar de escribir y dejar de salir de la oficina, hasta que el narrador descubre la inevitabilidad de su trágico desenlace. Todas sus negativas a incorporarse al ritmo frenético del mundo que le rodea están sintetizadas en la siguiente frase: “Preferiría no hacerlo”.
La inquietante actitud del personaje de Melville sirvió de inspiración al escritor español Enrique Vila-Matas para la confección de su libro "Bartleby" y compañía. Escrito bajo el formato de un diario, refiere los hallazgos de Marcelo, un oficinista contrahecho que se proclama a sí mismo “rastreador de bartlebys”. Para definir con mayor claridad su objetivo, el narrador apunta: “Hace tiempo ya que rastreo el amplio espectro del síndrome de Bartleby en la literatura, hace tiempo que estudio la enfermedad, el mal endémico de las letras contemporáneas, la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o quizá precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura”.
Otra de las características de la patología en cuestión puede hallarse en la preocupación del crítico literario Raymond Picard, quien afirmaba que una obra no es sólo literaria, sino que constituye la “experiencia total de un escritor”; por lo que esta integra todo lo que es contemporáneo del autor. En consonancia con lo anterior, José Luis Pardo anota: “Bartleby es lo que se resiste a la interpretación [...] Bartleby se resiste a relatar su pasado o aceptar algún proyecto”.

Los exponentes del síndrome de Bartleby que enlista Vila-Matas son de lo más variopinto. Entre ellos se encuentra, por ejemplo, Juan Rulfo, quien fue cuestionado una y otra vez por la escasez de su escritura: “Cuando le preguntaban por qué ya no escribía, Rulfo solía contestar: «Es que se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias». Su tío Celerino no era ningún invento. [...] Era un borracho que se ganaba la vida confirmando niños. Rulfo le acompañaba muchas veces y escuchaba las fabulosas historias que le contaba sobre su vida, la mayoría inventadas. [...] Rulfo dejó de escribir poco después de que este muriera. La excusa del tío Celerino es de las más originales que conozco entre todas las que han creado los escritores del No para justificar su abandono de la literatura”.
Otro caso emblemático es el del poeta español Jaime Gil de Biedma, quien dijo: “Yo creí que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema. Y en parte, en mala parte, lo he conseguido; como cualquier poema medianamente bien hecho, ahora carezco de libertad interior, soy todo necesidad y sumisión interna a ese atormentado tirano, [...] omnisciente y ubicuo: Yo”.
Ágrafos o de breve aliento, con o sin obras publicadas, estas maquinaciones tienen un lugar reservado en la literatura universal y allí morarán a la espera de un nuevo rastreador de bartlebys.

