Desde que los seres humanos tomaron conciencia de su excepcionalidad como especie y fueron planteándose proyectos civilizatorios cada vez más complejos, comenzaron a preguntarse cómo habrían de dividirse las tareas para que cada necesidad básica pudiera ser satisfecha. Conforme la distribución de las actividades se fue implementando, la pregunta por la administración entre las labores y la recreación fue ganando terreno hasta protagonizar querellas filosóficas, religiosas y políticas.

"Escritos para desocupados"

Vivian Abenshushan publicó Escritos para desocupados (2013), un conjunto de ensayos en los que aborda, a partir diferentes perspectivas, la intrincada relación entre las organizaciones sociales y la ociosidad. Al efecto, la escritora parte de la premisa que “hay quienes afirman que el ocioso es un vividor. Y no se equivocan: nadie como él siente un amor tan intenso por la vida. Despreocupado y contemplativo, caminante fortuito de valles y ciudades, el ocioso parece un sobreviviente del paraíso”.

Abenshushan recurre al relato cristiano de Caín y Abel para establecer el origen de las diferencias de temperamento entre los que se identifican con la disciplina laboral y los que prefieren regirse bajo la vagancia: “Según se puede leer en el Génesis, Adán y Eva procuraron hacer un reparto equitativo de la penitencia —la llamada división del trabajo— entre sus hijos: Caín obtendría la propiedad de toda la tierra; Abel sería dueño de todos los animales de ganado. [...] Un día Abel y Caín entregaron sus ofrendas a Dios (uno sacrificó un carnero, el otro ofreció un fruto de la tierra), pero Dios, siempre insondable, sólo aceptó la ofrenda de Abel. Furioso, Caín mató, como todo el mundo sabe, a su hermano”. Este es el nacimiento de la férrea oposición entre desocupados y trabajadores, pues Caín vive en un “tiempo asociado a la producción, el cultivo y el trabajo, un tiempo útil alrededor del cual se ordena la vida”; mientras que Abel es “un habitante natural del ocio, un ser tranquilo y errabundo, celoso de su autonomía, ajeno a las jerarquías de la aldea”.

Ángel Gilberto Adame
Ángel Gilberto Adame

Más cercana a la estirpe de Abel, Abenshushan emprende la tarea de identificar a otros despreocupados y contemplativos, aquellos cuyo linaje pueda contarse entre los “sobrevivientes del paraíso”. Uno de los más conocidos es el “flâneur”, caracterizado por Walter Benjamin como un paseante ajeno al trabajo, que recorre la ciudad en busca de curiosidades que serían invisibles a los ojos de otras personas. Roberto Artl también admiró esa curiosa forma de vagabundeo: “¡Digan ustedes si no es lindo vagar! Hay quienes sienten la vagancia, no como el no hacer, sino como un placer físico, una alegría profunda”. Julio Ramón Ribeyro experimentó una condición similar a su llegada a Europa: “Es curioso, pero en Madrid pierdo la capacidad de concentración y tiendo a extrovertirme. [...] Prueba de ello es que durante mis primeros ocho meses de residencia en esta ciudad no escribí ni una sola línea en este cuaderno y más bien frecuenté los cafés y a los amigos”.

Hannah Arendt destacó que el “otium” romano se entiende como una huida de la vida política, “lo que me queda, lo que me acoge, cuando no es posible el hacer”. Para Abenshushan, el recreo es también una fiesta antilaboral, así lo experimentó mientras vivió una temporada en Buenos Aires: “Leía en los parques y en los cafés y en las librerías, compraba libros a montón, me dedicaba a la vagancia. ¡Tenía tanto tiempo y tan poco dinero! Así debería ser la vida, pensé, simple, barata, ociosa, con tiempo para ser uno mismo”.

Ángel Gilberto Adame

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