Los hermanos Cachú contaron una pequeña parte de la historia mexicana por medio de su labor fotográfica. Sus retratos replicaban la cotidianidad de un país en guerra: campesinos, trenes, grupos armados, muertes, soldados y muchos espectadores curiosos por la lente de la cámara.
Nidia Balcázar es quien rescata a estos hermanos del archivo olvidado. Los encuentra por primera vez en 2010, en una exposición conmemorativa por el centenario de la Revolución mexicana. La obra que despertó su interés por ellos fue una foto en donde se ve a seis mujeres sonrientes en faldas y armadas rodeando a un militar atado de manos con rostro serio. Al no ser una imagen que usualmente se asociaría con el movimiento, la historiadora se llenó de dudas y a partir de este momento se dedicó a investigar quiénes eran los autores.
Juan y Antonio Cachú, originarios del estado de Michoacán, fueron un par de fotógrafos ambulantes dedicados a realizar retratos por encargo y a plasmar escenas de la vida en el Bajío durante el conflicto armado entre 1912 y 1915. Eran hijos del señor Melquiades, hombre apasionado por el teatro, dueño de una compañía familiar; de aquí que algo de su trabajo se haya visto influenciado por esta teatralidad, donde podemos ver mujeres personificadas como “adelitas” y simulaciones de batallas. Sus primeros pasos en el oficio los dieron en el estudio del alemán Juan Kurt.
Los hermanos estaban visiblemente a favor del movimiento maderista y, después del magnicidio del coahuilense, participaron activamente como parte de la División del Norte. Durante este periodo, dentro de los grupos guerrilleros, fotografiaron una serie de momentos históricos como la toma de la plaza de Zacatecas por la gente de Bonifacio de la Rosa, los trenes llenos de villistas o los destrozos que dejaron los saqueos de los orozquistas.
No obstante, a través de sus instantáneas, también contaron sucesos más particulares. Al ser su ocupación un servicio que podía contratar cualquiera, los hermanos muchas veces tuvieron la comisión de fotografiar los cuerpos colgados o acribillados de las personas ejecutadas a petición de sus seres queridos. La explicación que brinda Balcázar a esta extraña solicitud es que posiblemente “las fotos realizadas respondan a un deseo innato de dar testimonio de lo que ha sido, aunque ello implique mostrar las prácticas violentas y represivas”.
Su acervo está compuesto por aproximadamente 5 mil 500 fotografías en vidrio y acetato. Una parte de este archivo —cerca de mil 200 piezas— se encuentra resguardado en la Benemérita Universidad de Puebla, mientras que otra parte fue donada a la Fundación Televisa.
La familia tuvo un papel muy importante en la conservación de su obra. Imágenes impresas, rollos, postales, cámaras fueron preservadas por las sobrevivientes María Virgen y Susana Gómez Moreno debido al cariño a la memoria de sus ascendientes. Sin embargo, no fue hasta que revelaron los negativos que se dieron cuenta del verdadero valor histórico de la colección, mismo que la historiadora ayudó a reafirmar.
Balcázar introduce a estos fotógrafos desconocidos en la conversación, dejando ver que aquellos íconos visuales de la Revolución tienen poco de únicos, pues hay una gran cantidad de imágenes que no se habían revisado por la historiografía. Es innegable que los Cachú le daban la importancia merecida al poder de la cámara, además, de que gracias a estos registros podemos reconstruir de una forma más completa la historia de México en el siglo XX.