Previo a los años del gobierno de Ernesto P. Uruchurtu, negocios como la distribución de licores, la prostitución y los espectáculos de variedades sucedieron con cierta permisividad, lo que promovió la creación de llamadas “zonas de tolerancia” donde estas actividades podían llevarse a cabo sin mucha intromisión. La llegada del “regente de hierro” puso fin a las indulgencias.
Los cabarets se vieron particularmente afectados. Los establecimientos que cerraban ya muy entrada la madrugada ahora tendrían permiso únicamente hasta la una de la mañana, y serían sometidos a constantes chequeos, algunos por parte de “espías” cuya labor era incentivar a los propietarios a desobedecer la ley. Los sobornos se convirtieron en el único recurso mediante el cual los garitos pudieron mantenerse a flote. La época áurea de la vida nocturna tenía sus días contados.
Los Globos nunca convocó grandes audiencias, por tanto, fue vulnerable al nuevo régimen. Por esas fechas, fue clausurado por vender alcohol adulterado. A causa de este incidente, Billy Lozano y sus hijos debieron pagar una multa 43,362 pesos. Transcurrida una quincena, volvió a abrir sus puertas.
Sin embargo, en el lugar todavía llegaron a presentarse artistas como Gina Romand, Tony Bennett y León Escobar. Según el testimonio del histrión Sergio Corona, seguía siendo un sitio de moda entre la escena artística y bohemia: “Yo recuerdo que Cantinflas iba, y todos los artistas de show que venían a México iban a Los Globos porque era de los mejores, tenía un sistema de escenario que era una pista para bailar”. El periodista Rafael Cardona menciona que fue en Los Globos donde Chavela Vargas le pidió la mano a la inmortal “Macorina”. También de nota es la celosía hecha por Manuel Felguérez en 1959 para adornar el foro, indicando la importancia que aún mantenía en el imaginario.
Pareciera que el establecimiento logró hacerse de una audiencia influyente, que incluía incluso a Uruchurtu, situación que quizá extendió la vida del recinto; no obstante, las medidas de profilaxis social habrían de magullar sus ingresos, de modo que el modelo original, el de ser en esencia un restaurante con el espectáculo integrado, sería cada vez menos redituable.
Alejandro Jodorowsky hace un recuento de su experiencia en Los Globos en el cual vislumbra el proceso de decadencia: “En el instante mismo en que penetré en este antro, se esfumó mi libertad y me sentí como un extraterrestre que, después de atravesar el interespacio, hubiera aterrizado en una cárcel. Vi galeotes bailando, fumando tabaco y yerba, tomando cocaína y pastillas, siendo conscientes de un pequeño trozo de ciudad, de un fragmento mínimo de tiempo, difuntos con máscaras de inmortales y encadenados al ritmo atronador, aceptando el mundo tal como se lo daban a tragar, devorándose los unos a los otros, cargando un lastre de límites convertidos en identidad”.
De acuerdo con distintos medios, el espacio fue convirtiéndose en un salón de baile donde las variedades fueron haciéndose más escuetas. Una crónica sobre su cierre señala faltas como el “permitir acceso a las mujeres solas”, “no tener vajilla, ni mantelería, ni cubiertos, lo que demuestra que no había servicio de alimentos”, y “no presentar variedad artística como corresponde a un centro de primera categoría”.
Para principios de los años setenta Los Globos desapareció. Los Lozano dirían muchos años más tarde que el paso de Uruchurtu “hizo fracasar a todos los cabarets de México”.