De manera errónea se piensa que la velocidad y la accesibilidad a la información estimula el diálogo y la reflexión con criterio. En este momento de la historia se publica más que nunca y las personas tienen, en teoría, un camino libre a los textos. A pesar de eso, los usuarios de los medios digitales difunden contenidos sin ni siquiera haberlos leído, además el internauta expresa opiniones de temas que desconoce. La cadena desinformativa inicia aquí.

En los medios impresos eran necesarios los titulares para llamar la atención del posible lector, a tal grado que escogiera un periódico y no otro. Esos encabezados, además de resumir, creaban una expectativa de lectura, desarrollaban, en el mejor de los casos, un contenido atractivo. Ahora abundan encabezados prometedores que esconden, con astucia y descaro, una nota mal escrita, una columna hueca. Todo ocurre en la superficie.

Es común encontrar en la sección de comentarios una larga lista de insultos, desacuerdos e incluso acaloradas discusiones entre usuarios, pero la información acaba olvidada, destinada al olvido. Un pandemonio que nace entre individuos que ni siquiera pagan por los diarios.

Ángel Gilberto Adame
Ángel Gilberto Adame

La cultura de la subscripción está muerta. Gabriel García Márquez llegó a decir que el periodismo era el mejor oficio del mundo, hoy es una profesión vilipendiada y mal pagada. Me sirve de ejemplo la penosa experiencia de ver en distintos grupos de chat, incluso de abogados que deberían conocer el respeto a la propiedad intelectual, como se comparten enteros los periódicos del día sin cuestionarse por la subsistencia de los medios. No se puede exigir periodismo de calidad sin ofrecer sustento.

Por estas razones no me extraña demasiado la calidad y la dedicación que algunos medios digitales le dedican a su contenido, es probable que sospechen que nadie leerá realmente esa nota, que nadie atenderá las ideas de la columna de opinión y que la vista previa de la noticia será suficiente para generar interacciones. Aquí quiero hacer una distinción fundamental: leer noticias va más allá de ojear encabezados y publicarlos en nuestros perfiles.

Sería valioso sentir que los lectores exhiben nuestras carencias, que anuncien lo que no sabemos hacer, que nos obliguen a mejorar. Giovanni Sartori apuntó que cuando el periódico es el que encapsula a la opinión pública, el equilibrio de perspectivas está garantizado por “la existencia de una prensa libre y múltiple, con muchas voces”. Pero hoy ocurre lo opuesto y los escritores perezosos y conformistas se refugian en lectores fantasma que, aunque no leen, comentan, interactúan y hacen sentir al periodista que su opinión tiene un eco en la sociedad. Esa presencia fantasmal limita la información, la diluye en un mar de comentarios huecos.

Si buscamos un periodismo de reflexión, que sea capaz de analizar el día a día del país, es necesario recuperar la exigencia dentro y fuera de la pantalla, porque en la comunicación, emisor y receptor deben cumplir con sus responsabilidades. Quien informa debe asumir el compromiso que el oficio demanda. Por su parte, el lector debe recordar que tiene en sus manos la posibilidad de elegir, de abandonar a ese medio periodístico que hace meses no se esfuerza por publicar una investigación que merezca ser leída. Debe saber que tiene el poder de ignorar a ese periodista que últimamente no escribe más que balbuceos. Debe también recordar que, para esperar mejores contenidos, su retribución económica es indispensable.

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