El rompimiento de los hijos con los padres es un fenómeno que difícilmente podemos llamar nuevo. El tópico aparece en la biblia y la literatura grecolatina, indicando que el conflicto con las nuevas generaciones es una constante en las relaciones humanas. Incluso así, existen individuos cuyos legados dejaron una huella profunda en la historia y, el descubrir que sus descendientes los repudiaron, no deja de causar sorpresa.
El núcleo familiar inmediato de Karl Marx, aunque azotado por la periódica pobreza del filósofo, se mantuvo cohesionado, probablemente por el carácter afable del patriarca. Jenny, la primera de sus hijas que llegaría a la edad adulta, destacó como escritora, traductora y una incansable activista a favor de los derechos de los trabajadores y los presos políticos. Al casarse con Charles Longuet, prominente miembro de la comuna de París de 1871, todo apuntaba a que la familia iba a seguir la misma línea de pensamiento en el futuro. Hasta cierto punto, esto lo cumplió Jean Longuet, el primer nieto, quien tuvo una carrera de nota como un abogado socialista en Francia, defendiendo causas anticolonialistas y más tarde como alcalde del municipio de Châtenay-Malabry.
Sería el bisnieto quien marcara una ruptura con el fundador del materialismo dialéctico. Robert Jean Longuet, nacido en 1901, fue un jurista como su padre y maestro de francés. Ajeno a la política durante la parte temprana de su vida, la Segunda Guerra Mundial lo haría dar un viraje político dándole su apoyo a Charles de Gaulle. Su nueva filiación lo convertiría en un paria dentro de la izquierda europea, dado que, a pesar de que sus posturas nunca llegaron a ser conservadoras, el resto de su vida formularía críticas a los distintos partidos comunistas. Sin embargo, su distanciamiento no evitó que varios militantes hicieran el intento de reintegrarlo, asumiendo que en su ascendencia estaba su destino. A estos esfuerzos, Longuet respondía, en sus propias palabras, “No. Ustedes han falseado a mi bisabuelo”. En esta última frase reside quizá la tensión más curiosa de su existencia: el querer rescatar la memoria de Marx, sin estar de acuerdo con sus ideas.
A pesar de las acusaciones que enfrentaría, Robert Jean Longuet se dedicó después de la guerra a abogar por la liberación de Argelia y de otras colonias francesas. Con este propósito, publicó artículos de protesta en periódicos de distinta índole partidaria, incluyendo algunos de filiación marxista. Esto no significó una reconciliación plena con el comunismo, ya que sería un férreo crítico de los soviéticos durante la Primavera de Praga.
En 1977, publicó el libro “Karl Marx, mi bisabuelo”, una biografía en la que buscaría recuperar el aspecto humano de su ascendente. En el texto, la vida intelectual es llevada a segundo término, pues, en su opinión, la rebuscada exégesis de esta había enterrado la personalidad de Marx como individuo. Esta era la dimensión qué más le importaba a su bisnieto. El retrato, si bien imperfecto, y superado por posteriores biografías académicas, es interesante en tanto nos da noticia de cómo los descendientes del filósofo lidiaron con su herencia simbólica.
Al final, Longuet sería considerado una celebridad menor gracias a su historia familiar. Para entonces él se confesaría un admirador de la sociedad estadounidense y de su cultura de la libertad. Llegaría a decir, en una entrevista con el “New Yorker”, que sólo se sentía pleno estando en Estados Unidos. En este tenor ideológico murió en un hospital de París en 1987.