La OMS define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, y añade que el goce del grado máximo de esta “es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social”.
Aun con este concepto, la pregunta se mantiene vigente: ¿qué es en realidad un estado saludable?, o siguiendo al filósofo alemán Hans-Georg Gadamer: “¿Es [la salud] un objeto de investigación científica en la misma medida en que, cuando se produce una perturbación, se convierte en nuestro propio objeto? Porque, en definitiva, la meta suprema es volver a estar sano y así olvidar que uno lo está”. Esta paradoja nos remite a una posición fronteriza ante la que se vuelve indispensable reflexionar sobre la naturaleza del análisis médico.
La medicina concibe su propósito como el restablecimiento de un equilibrio natural y no la producción de un estadio artificial. Por ello, el doctor emplea su juicio para subordinar un caso específico a la norma general del padecimiento; en el reconocer y separar reside una de sus principales funciones que aún no puede ser delegada del todo a la tecnología.

Sin embargo, escribió Gadamer, “la salud del paciente no es algo hecho por el médico. Y a esto se añade otra dificultad: el objetivo, la salud [...] es, antes bien, mucho más un hecho psicológico-moral que un hecho demostrable por las ciencias naturales”. Resulta crucial en este punto recordar también la enorme distancia que existe entre el crecimiento de las posibilidades de aplicación de la ciencia y las responsabilidades sociales que está dispuesta a asumir como el estandarte del conocimiento que es.
El galeno polaco Andrzej Szczeklik destaca que la situación esencialmente profunda que vincula al paciente y al tratante es la necesidad comunicativa. El primero acude con una dolencia que exige ser narrada, y el segundo se transforma en un oyente que habrá de humanizarse. Szczeklik agrega: “Los médicos llaman anamnesis a la primera conversación con el enfermo [...]. De esta manera, evocan a Platón. Y, si bien la anamnesis platónica tenía un matiz algo diferente y un significado más profundo, no deja de ser el medio de conocimiento más importante y original, al igual que en el arte de curar”. La eficacia de este procedimiento consiste en que el doctor contenga su deseo de auscultar para escuchar con curiosidad una historia proveniente de la intimidad de su analizado, pues la vía más directa al acierto en el diagnóstico, según este razonamiento, es la observación del síntoma y no tanto de las causas o los mecanismos de la enfermedad.
Ahora bien, la doctora y ensayista Barbara Ehrenreich apuntó que en cuanto el interrogatorio se sustituye por la frialdad de las pruebas de laboratorio y los exámenes exhaustivos, “la consulta del médico fue convertida [...] en datos. Cuando el centro de atención se desplazó a tejidos y células, los médicos empezaron a dar la impresión de despreciar un cuerpo humano intacto”. Esta perspectiva, aunque con mayor beligerancia, fue compartida por Jerome Groopman: “Las estadísticas no pueden sustituir al hecho de tener un ser humano delante. Las estadísticas representan promedios, no individuos”.
El dilema de la salud radica en que, tarde o temprano, sufrirá un deterioro del que no habrá un responsable conciso y sólo aparecerá delante el que algún día fuera nuestro rostro, y en él no podremos reconocernos.