La estrella de Gustavo Alfonso Garmendia Villafaña irradió toda su luz para apagarse de un momento a otro. Su carrera fue tan vertiginosa como fugaz su olvido. Nació en Oaxaca en 1881 y fue el noveno de quince hermanos. Ingresó al Colegio Militar de Chapultepec un par de años previos al cambio de siglo y pronto destacó no sólo por su impecable disciplina, su habilidad para el manejo de las armas le hizo resaltar sobre el resto de sus compañeros. Su nombre comenzó a aparecer en las páginas de los diarios que celebraban el posicionamiento del oaxaqueño en diferentes círculos sociales y, en pocos años, llegó a ostentar altos rangos castrenses.
Era un atleta consumado ; practicaba gimnasia, lucha grecorromana y boxeo. También era experto en el tiro con rifle o con pistola y a todo ello agregó el cultivo de la esgrima. Así representó a México en Argentina en los festejos del centenario de la independencia de dicho país, en la rama de tiro al blanco, donde obtuvo, entre otros, el primer lugar de tiro de pistola, consistente en “una medalla de oro de forma irregular que lleva en el anverso el retrato de un César romano hecho en esmalte multicolor y en el reverso el sello del Tiro [...]. En el centro se ve una cruz azul”.
Este resultado lo hizo dueño de la atención pública y de la simpatía del presidente Díaz. Sumado a su éxito profesional, en el amor también triunfó. El 19 de enero de 1909, a los 28 años, contrajo nupcias con María Luisa Beltrán , hija del general Joaquín Beltrán Castañares . El enlace confirmaba el gran apreció del que gozaba, pues su suegro fue uno de sus docentes y dirigía, en aquella época, su alma mater; su posición no podía ser más acomodada ni su futuro más venturoso.
De la mano de otro de sus maestros, Felipe Ángeles , Garmendia se graduó como teniente de la Plana Mayor de la Facultad de Artillería, y fue ascendido al grado de capitán primero de ingenieros. Al terminar el gobierno porfirista, celebró la llegada de Madero, quien vio en el capitán a un hombre decente y capaz. A mediados de diciembre de 1911, se anunció que el Estado Mayor presidencial quedaba a cargo del capitán Hilario Rodríguez Malpica junto con trece militares de lealtad probada, entre los que se encontraba Garmendia. Dichas labores no le impidieron enlistarse en la División del Norte a cargo de Victoriano Huerta y luchar contra la rebelión de Pascual Orozco.
Además de sus logros como militar, destacó en el ámbito gubernamental. En los comicios para integrar la célebre XXVI Legislatura, fue electo diputado suplente (el titular era Manuel Urquidi) por el 14° distrito electoral del Estado de México. Cuestionado sobre si los militares en activo podían intervenir en política, respondió que más allá de ordenanzas, “está la Constitución y que no se explica como el ejército, la única institución que ha derramado su sangre para conservar el orden público, se le coarte el derecho único de ejercer el sufragio”.
Sin embargo, para evitar reproches, y ante las constantes ausencias del diputado Urquidi, desde el 2 de octubre de 1912 decidió separarse temporalmente de su encargo militar y se volvió un encarnizado defensor del régimen maderista: “En un periódico [se] ha dicho que el actual gobierno trata de enajenar al extranjero una porción del territorio nacional, ignorando que ninguno de los hombres que lo forman cometerá semejante infamia, porque son patriotas, porque son mexicanos”.
El 8 de noviembre, la vida le sonrió una vez más con el nacimiento de María Luisa, su primogénita, para el capitán Garmendia no había meta inalcanzable.