Era tal el desorden de las instituciones en el estado de Guerrero que a pesar de la intención del regente Agustín Mora por procesar a los asesinos de Daniel Adame, no se tuvo noticia de que haya habido justicia en este caso.

Todo había comenzado días previos al homicidio, el 21 de abril, cuando Rafael Castillo y Anselmo Bello, luego de que Mora se impusiera como gobernador permanente —pues antes era interino—, se levantaron en armas en Mochitlán. Mauricio Leyva recrea el momento de la proclamación: “Para institucionalizar su movimiento, hombres y mujeres montaron a caballo y abandonaron la hacienda, con la finalidad de alejarse del peligro se dirigieron a la orilla sur del poblado, cabalgaron durante un rato fustigados por el calor y las falanges del astro rey hasta que vislumbraron, erguido sobre una maciza e imponente raíz, un árbol de zapote prieto, de abundante copa y sobras generosas. Allí se detuvieron y bajo su protección, comenzaron a redactar su histórico plan revolucionario que decidieron nombrar, en honor de ese árbol: el Plan del Zapote”.

Su punto principal era el desconocimiento del régimen porfirista, asimismo, pedían adaptar las reformas de la Constitución de 1857 a las necesidades de los campesinos y obreros, así como repartir las tierras y haciendas de los latifundistas. Entre los firmantes se encontraban, además de los cabecillas, Juan, Felipe y Gabino Garduño, Vicente, Ignacio y Eutimio Muñoz, Alejandro Nava, Porfirio Jiménez, Cesáreo Cuevas, Máximo de Jesús, Luís Gutiérrez, Jesús, Epifanio, Wenceslao, Mateo, Francisco y Juan Bello y un grupo de mujeres tixtlecas encabezado por Luciana Jiménez.

Ángel Gilberto Adame
Ángel Gilberto Adame

La respuesta de Díaz fue inmediata. Bernardo Reyes comisionó a Victoriano Huerta a que sofocara el movimiento. Tan sólo tres días después, Huerta informaba que ya “he hecho algunas aprehensiones importantes y he conseguido ahuyentar de sus principales madrigueras a los revoltosos y muchos ya han vuelto a sus casas”. La capacidad estratégica del hombre de Colotlán y el nivel de la campaña se puede notar en los detalles que dio a Reyes en sus diversas comunicaciones.

A pesar de su efectividad, se murmuró que Huerta realizó una serie de detenciones arbitrarias, sin embargo, la mayoría de las autoridades y la prensa aplaudieron sus acciones. Por ejemplo, Ireneo Paz, el 15 de mayo publicó: “No queremos cerrar estas líneas sin tributar un merecido elogio al coronel Huerta por la prontitud y eficacia con que ha comenzado y continuado sus trabajos de pacificación. Cuando todo el mundo lo suponía, teniendo en consideración las dificultades que ofrecen los caminos de Guerrero, en Mezcala, apareció repentinamente en la sierra de Mochitlán, acuartelado en la Hacienda de Nejapa […], persiguiendo en guerrillas a los revoltosos, sin darles un momento de tregua”.

Gracias a su desempeño, Huerta fue ascendido a general brigadier el 27 de mayo; por otro lado, los líderes de la rebelión lograron huir. Rafael Castillo escapó con dirección a la ciudad de México, al igual que Anselmo Bello. Más tarde, Castillo se exilió en San Antonio, Texas durante seis años, cuando regresó a su tierra natal, llegando incluso a colaborar, en un giro de la historia, con el huertismo en su papel de asesor del general Silvestre G. Mariscal. Se enfrentó a los zapatistas en 1915 y en 1918 se dio de baja del Ejército, y dos años después falleció en Iguala. Por su parte, Bello vivió en Durango hasta 1921, cuando volvió a Mochitlán, donde cayó en el olvido.

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