En 1915, un puñado de alumnos de la entonces Escuela Nacional de Jurisprudencia sobresalía del resto, ya que eran diestros en su área y compartían una visión: la creación de un nuevo concepto de México. Sus nombres eran Alfonso Caso Andrade, Antonio Castro Leal, Manuel Gómez Morin, Jesús Moreno Baca, Vicente Lombardo Toledano, Teófilo Olea y Leyva y Alberto Vázquez del Mercado, quienes fueron conocidos burlonamente como los “Siete Sabios”, haciendo referencia a los “Siete Sabios de Grecia”.

En medio de un entorno complejo, rodeado de caos y violencia, los siete jóvenes, motivados por las enseñanzas de su maestro Antonio Caso, buscaron “armonizar las contradicciones ideológicas que, desde su punto de vista, habían impedido el crecimiento nacional”. Así, el 5 de septiembre de 1916, con la intención de integrarse formalmente, constituyeron la Sociedad de Conferencias y Conciertos, con el objeto de “propagar la cultura entre los estudiantes de la Universidad Nacional de México”, y comenzaron a dar charlas de carácter crítico y social. En torno a estos encuentros, era común la interpretación de piezas musicales para incentivar este arte entre la población.

De igual forma, los Sabios impulsaron la publicación de artículos, tanto de los mismos integrantes como de profesores y alumnos con intereses similares, por lo que varios de sus ensayos se editaron en periódicos como El Universal. Fue tal su influjo, que muchos de sus contemporáneos se sumaron a sus esfuerzos, como Narciso Bassols, Daniel Cosío Villegas, Miguel Palacios Macedo y Agustín Loera y Chávez, y conformaron lo que en los años venideros se conocería como la Generación de 1915.

Sin embargo, a pesar de su empeño y preocupación por mitigar las dolencias de un México desolado, muy pronto comprendieron que el único hecho de promover la cultura no sería suficiente para consolidar la nación. Por esa razón, algunos de los participantes del grupo se incorporaron a la política, pues pensaron que por esta vía se obtendría éxito. La generación, bajo el lema “rigor en la técnica y bondad en la vida”, contribuyó a la proliferación de diversas instituciones tanto gubernamentales como culturales, muchas de ellas aún vigentes como el Banco de México, el Instituto Politécnico Nacional, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Universidad Obrera y el Colegio de México, entre otras.

Ángel Gilberto Adame
Ángel Gilberto Adame

No obstante, la erección de estos organismos, sin matizar su importancia, no fue suficiente para edificar el país que anhelaban, y aunque trataron de recuperar el ímpetu adolescente que los había llevado a la acción, se encontraron con que su influencia y su tiempo habían terminado.

Enrique Krauze considera que su fracaso se debió a que fueron “demasiado suaves, demasiado cándidos e incorruptibles, demasiado jóvenes en un país donde la violencia no esperaba a ser la última ratio del Estado. Secretamente, el demonio del servicio público les había cerrado vías de realización personal e intelectual que generaciones anteriores y siguientes transitarían: no escriben, no fundan cenáculos y revistas, no ejercen la crítica pública, odian la burocracia y la iniciativa privada por lo que ambas tienen de oscuras y anónimas”.

En el balance, aunque no consiguieron restaurar al país como se propusieron, su trabajo fue un claro parteaguas en su conformación.

Por eso, en una época en donde todas las instituciones se cuestionan e incluso se destruyen, a 110 años de la Generación de 1915, es innegable la vigencia de su legado.

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