Hoy 5 de febrero de 2025 se conmemoran 108 años de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, un documento que, a pesar de haber sido modificado en innumerables ocasiones, sigue representando la base de nuestro Estado de derecho y el fundamento de nuestras libertades.
A lo largo de más de un siglo, nuestra Carta Magna ha evolucionado con el tiempo, adaptándose a los cambios sociales, políticos y económicos de México, pero su esencia sigue siendo la misma: garantizar los derechos fundamentales de todos las personas y establecer las bases para la convivencia democrática.
La Constitución de 1917 fue innovadora en su momento, al consagrar derechos sociales que no tenían precedente en el mundo, como la jornada laboral de ocho horas, el derecho a la educación pública y gratuita, así como la protección de los trabajadores y campesinos.
Su promulgación fue el resultado de un proceso revolucionario que marcó el destino de la nación, rompiendo con viejas estructuras de poder y estableciendo los cimientos de un México moderno.
Sin embargo, a 108 años de su creación, el reto no es solo recordarla, sino fortalecerla, defenderla y, sobre todo, difundir su conocimiento entre todas las personas.
No se puede proteger lo que no se conoce.
A pesar de su importancia, la Constitución sigue siendo un documento lejano para la mayoría de los mexicanos.
Muchos desconocen los derechos que en ella se consagran y, peor aún, ignoran los mecanismos para hacerlos valer.
Esto ha generado una ciudadanía que, en muchas ocasiones, se encuentra indefensa ante los abusos del poder o la omisión de las autoridades.
El conocimiento de la Constitución no debe ser exclusivo de abogados y académicos; debe ser accesible para todos, desde niños en edad escolar hasta trabajadores, empresarios y servidores públicos.
La Constitución es el contrato social que nos rige como nación, y su estudio debería ser una práctica cotidiana en la educación y en la vida pública.
El desafío más grande de nuestra Constitución no es su reforma constante, sino su aplicación efectiva.
En un país donde las leyes muchas veces se quedan en el papel, garantizar que los principios constitucionales se conviertan en realidad, es una tarea urgente.
De nada sirve una Constitución progresista, si en la práctica no se respeta.
El Estado mexicano tiene la responsabilidad de asegurar su cumplimiento, pero también la sociedad debe asumir un papel activo en su defensa.
No se trata solo de exigir derechos, sino también de cumplir con los deberes que conlleva vivir en un Estado democrático.
Uno de los cambios más significativos en nuestra Constitución ocurrió en 2011, cuando la reforma al Artículo 1° cambió la manera en que entendemos los derechos fundamentales.
Antes, se hablaba de garantías individuales; hoy, se reconoce la primacía de los derechos humanos y su interdependencia con los tratados internacionales.
Esto convirtió a la Constitución en un instrumento aún más poderoso para la protección de las personas, pero también abrió el debate sobre la necesidad de armonizar nuestras leyes con los estándares globales en materia de derechos humanos.
El futuro de nuestra Constitución, no solo depende de sus reformas, sino de la capacidad del pueblo para apropiarse de ella.
Vivimos en una época en la que la información está al alcance de todos, y no hay excusa para desconocer el documento que nos rige y que nos identifica como nación.
La Constitución ya no tiene que ser un libro empolvado en los estantes de las oficinas gubernamentales; hoy puede estar en el bolsillo de cada ciudadano, accesible desde cualquier teléfono móvil.
Pero su accesibilidad no garantiza su comprensión, y ahí radica otro de nuestros grandes pendientes: necesitamos una educación cívica que realmente enseñe a los ciudadanos a ejercer y defender sus derechos.
A 108 años de su promulgación, la Constitución sigue en construcción.
No es un documento estático ni inmutable; es el reflejo de nuestra historia y de nuestra evolución como sociedad.
Protegerla es una tarea que no corresponde sólo a jueces y legisladores, sino a todos los mexicanos.
Difundir su contenido, garantizar su cumplimiento y fortalecer su espíritu democrático, es la única manera de asegurar que siga siendo el pilar de nuestra vida nacional en el siglo XXI.
Una Constitución sólo es fuerte cuando su pueblo la conoce, la respeta y la defiende; de lo contrario, se convierte en un simple papel sin valor, vulnerable a los intereses del poder político o de facto.
México necesita ciudadanos informados y comprometidos, dispuestos a ser los guardianes de su Carta Magna.
En un mundo en constante cambio, donde los derechos humanos enfrentan nuevos desafíos y amenazas, nuestra Constitución debe seguir evolucionando sin perder su esencia.
La democracia no se defiende sola, y la Constitución, por más perfecta que sea, necesita ser protegida todos los días.
Hoy más que nunca, debemos reafirmar nuestro compromiso con ella y con los valores que representa.
En esta conmemoración, no basta con recordar su promulgación; es necesario asumir la responsabilidad de hacerla valer.
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