¡Feliz año! Hoy es el día para celebrar todo lo que hemos vivido en 2024 y evaluar nuestras metas y esperanzas para el 2025. Y espero estos se cumplan durante los próximos doce meses.
Pero también estamos entrando en un periodo de mucha incertidumbre a nivel global, quizás mayor de lo que hemos vivido en años recientes. Parte de esto se debe a la elección en el país más poderoso del mundo (y más cercano a México) de Donald Trump, quien tiene un estilo de liderazgo que usa el caos y la confrontación como arma de negociación, pero parte tiene que ver con conflictos y cambios estructurales independientes de esto. Estamos en un mundo en desorden en que las viejas reglas de cooperación ya no aplican.
Las señales más visibles y cruentas de este desorden mundial son los conflictos armados existentes. Empezamos el año con guerras en Ucrania, Gaza, Sudán, Myanmar y Yemen, y la reconstrucción difícil de Siria después de años de conflicto civil. Es claro que en el Medio Oriente se está viviendo un cambio en la correlación de fuerzas (con menos poder del eje de Irán y más de los países del Golfo y de Israel), pero sin saber por dónde termina esto o si surgen nuevos conflictos o se recrudecen los que ya existen. Y todos estos conflictos tienen alguna injerencia de poderes externos que buscan sus propios intereses.
En nuestro hemisferio, si bien no hay guerras abiertas, hay conflictos internos cruentos en muchos países, entre los cuales se destacan Venezuela, Haití y Nicaragua, pero también regiones específicas dentro de Ecuador, Colombia, Honduras y México. En general, estos conflictos surgen de grupos del crimen organizado y sus nexos con partes del poder público, más que un conflicto entre poderes externos (si bien no son exentos a esto).
Todos estos conflictos también generan movimiento humano, con el resultado que personas inmersas en el caos buscan mejores vidas en otro lado. En un mundo cada vez más interconectado, muchas veces logran llegar más lejos de lo que pudieron haber hecho en otro momento, a veces cruzando múltiples fronteras en el proceso. Eso genera otro tipo de conflicto social en que los países de destino a veces rechazan a los recién llegados, producto del caos que perciben afuera.
Y, por supuesto, el conflicto mayor sigue siendo entre Estados Unidos y China, aunque esto es un conflicto todavía más económico y estratégico que militar, no sin algunos peligros de confrontación, más maratón que corrida rápida. Y si bien ambos países van compitiendo por influencias geopolíticas y económicas en diversas partes del mundo, esto va para largo, con menos cuidado y menos caos abierto que otros conflictos, pero con consecuencias para las decisiones de otros países.
Y en medio de estos conflictos internacionales, hay cada vez mayor deseo en muchos países de reforzar fronteras y dejar el caos afuera. El nacionalismo extremo, que emerge en muchos países del mundo, es una reacción a un mundo en desorden. Los gobiernos ya no apuestan a construir un orden mundial (o ni siquiera regional) más o menos estable, que requiere un estire y afloje de intereses, sino apuestan por imponer sus intereses a otros en negociaciones constantes e iterativas. Trump es el ejemplo más visible de esto, pero es parte de una tendencia global, no un accidente de la historia. Se puede ver ejemplos similares en lideres políticos en todo el mundo.
Trump aboga por una frontera controlada, sin migrantes que logran llegar sin permiso. Quiere socavar el libre comercio a favor de aranceles que protegen las industrias nacionales y bajan la dependencia del país en cadenas de producción global (e inclusive regional). Y promete acabar con algunos de los conflictos global (Ucrania y Gaza) con soluciones inmediatas impuestas desde afuera. Son formas de restablecer el orden en un mundo desordenado.
Desafortunadamente, no hay solución fácil para el momento difícil que vivimos, y menos en las soluciones unilaterales. Aún el líder del país más poderoso del mundo va a encontrar las limitaciones en las decisiones que quiere imponer a otros países, que también tienen sus propios intereses, y enfrentar la necesidad de escoger prioridades. Resultará más difícil cerrar fronteras y deportar a indocumentados de lo que parece. Habrá que escoger si se lanza una guerra comercial con China, con Europa o con los vecinos. Y los países en conflicto no siempre aceptarán las condiciones impuestas desde afuera.
El nacionalismo a ultranza es tentador, pero seguimos viviendo en un mundo interconectado con muchos polos de poder e influencia, y hasta los países más pequeños tienen formas de influencia, y los poderes intermedios y regionales, como México, más aún. Así que debemos esperar un año 2025 complejo en lo internacional y con más incertidumbre aún que lo normal, en que las negociaciones iterativas marcan el rumbo del futuro.
Presidente del Instituto de Políticas Migratorias. @seleeandrew