Escribo estas líneas desde la frontera entre Chile y Perú, un paso de migrantes que en muchos sentidos se parece a la frontera entre México y Estados Unidos. Aquí hay una convivencia constante y permanente entre países hermanos, con una ida y venida de personas de un lado y otro, pero también una creciente presión de migración irregular que está poniendo a prueba una historia de tolerancia y respeto a la migración en la frontera compartida.
Chile, como Estados Unidos, se ha vuelto un imán para la migración, un país que entre sus vecinos tiene un nivel de desarrollo mayor. Hay una llegada tradicional y de larga trayectoria de peruanos y bolivianos, que existe desde hace décadas, pero ahora también de venezolanos y haitianos, que vienen huyendo de estados fallidos y represión política. Y con algunas medidas en los últimos años que lo han hecho más difícil cruzar la frontera de forma legal, hay incentivos para pasar por puntos no autorizados de la frontera para entrar.
Chile, como Estados Unidos, expulsa a los migrantes irregulares otra vez al punto de donde llegaron, normalmente Perú o Bolivia, y tiene una política cada vez más activa de prohibir el paso irregular. Y en muchas formas el debate migratorio en Chile se asemeja al debate en Estados Unidos en ese sentido.
Pero hay una gran diferencia entre Chile y Estados Unidos en sus políticas migratorias, y es que Chile ha hecho esfuerzos durante años por incorporar a los migrantes que viven en el país otorgándoles documentos legales. Estos procesos de regularización han sido esporádicos e imperfectos, pero en general la gran mayoría de extranjeros que viven en Chile, por lo menos los que llegaron antes de la pandemia, cuentan con un permiso legal de estancia y, a veces, la residencia permanente. Esto ha sucedido con gobiernos de derecha e izquierda, y el gobierno actual, que es de corte centro izquierda, está intentando ver como generar mecanismos permanentes de inclusión de los migrantes en la sociedad chilena.
Hay que reconocer que el esfuerzo de inclusión legal no siempre ha conllevado a la convivencia sana entre chilenos y extranjeros. Existen fuertes impulsos de racismo contra los haitianos y en menos grado a los venezolanos y otros extranjeros que viven en el Chile. Según una encuesta reciente publicada en el periódico La Tercera, la mitad de los haitianos reportan haber sentido discriminados, junto con una quinta parte de otros grupos, como los venezolanos, peruanos y bolivianos.
El cambio en Chile ha sido rápido. Hace diez años, solo 4 por ciento de la población chilena era nacida en el exterior, mientras hoy día es casi la décima parte, una transición muy notable en un país que no tiene una tradición reciente de inmigración. Para el gobierno, conviven deseos de limitar las llegadas de afuera y una tradición de buscar la inclusión de los que ya están.
En esto, se parece un poco a EU, con deseos de limitar las llegadas, pero con una tradición de acogida (no sin sus problemas) para los que logran establecerse en el país. Pero el hecho de que Chile todavía sigue buscando formas de otorgar documentos legales a los que viven en el país lo pone aparte del caso estadounidense, y genera posibilidades a largo plazo de mucho mayor integración entre los nacionales y extranjeros. Así que la frontera entre México y Estados Unidos y la de Perú y Chile se asemejan mucho, pero lo que pasa una vez que cruzas la frontera es bastante diferente.
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@SeleeAndrew