Escribo estas líneas en una noche cálida y nublada en Berlín, la capital de Alemania, país que ha recibido un millón de ucranianos, visto un espiral de precios y se encuentra frente a un invierno con recortes de gas debido a la falta de suministro de parte de Rusia. En esta ciudad, que una vez fue dividida por una muralla entre la parte oriental y occidental se siente de nuevo la llegada de una nueva división global, si bien está a un poco más de mil kilómetros de distancia.

Aunque la guerra en Ucrania no toca en carne propia a los alemanes, ni a otros habitantes de la Unión Europea, se siente cerca, muy distinto a como lo sentimos al otro lado del océano. Los signos están en todas partes. Banderas ucranianas ondean desde los museos, los edificios públicos y las casas particulares. Se escucha la lengua ucraniana en las calles y las escuelas. Los precios suben y suben. Y todos hablan del invierno que se avecina, una temporada que podrá ser aún más fría y más oscura este año por la falta de gas.  

Pasé la Puerta de Brandeburgo, el lugar más emblemático de la ciudad, hace un par de horas con una colega que fue en su momento una figura importante de la política del país, y juntos admiramos el monumento en todo su esplendor, animado por las luces de la noche. De pronto ella me dijo, con cierta nostalgia, “que lástima, pero ya no vamos a poder ver este monumento más de noche porque ya no estarán encendidas las luces con las medidas que vienen.” Así es el ánimo que ronda en el país frente a la posible crisis económica que se avecina y el invierno largo que se espera.

Y con la incertidumbre, vienen el malestar social, las protestas y el surgimiento de grupos extremistas. Ya se hacen notar en partes de Alemania, aunque todavía en menor escala. Más notable quizás serán las elecciones en Suecia y Italia este mes en que es muy probable que grupos de ultraderecha, con banderas específicamente xenófobas, logren posicionarse en los parlamentos de esos países y quizás influyan en la formación de futuros gobiernos.  

Las crisis siempre son bichos raros y sus efectos impredecibles. Pueden llevar al miedo y la fragmentación, pero también a la solidaridad. La gente se preocupa por la falta de gas, pero también hay muchos dispuestos a vivir con menos luces y más frío para hacer solidaridad con el pueblo ucraniano. Y si bien hay partidos abiertamente antiinmigrantes, hasta ahora casi nadie cuestiona la decisión de recibir a los ucranianos (aunque a veces sí a sirios y afganos). Hay un sentimiento de estar en el umbral de una lucha existencial, algo que ya vivieron en otro momento de la historia no tan lejana, y de ahí surgen sentimientos contradictorios, a veces de gran solidaridad y valentía, y a veces de preocupación y malestar.

Nosotros estamos lejos de esta crisis y no la sentimos igual, pero con el alza continua de los precios tampoco estamos ajenos a los cambios que se están dando en la geopolítica al otro lado del mundo. Vienen tiempos inciertos en la economía global, en las alianzas entre países y en el balance entre la paz y la guerra. Se siente mucho más cerca en Europa todo esto, pero tampoco estaremos inmunes a lo que viene al otro lado del mundo.

Presidente del Instituto de Políticas Migratorias.
@seleeandrew

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