Por Andrés Roemer y Pamela Cortés
Existen dos variables cruciales cuyo manejo definirá lo —relativamente— bien o mal librado que saldrá México ante la crisis del coronavirus: espacio y tiempo.
Si no giramos el rumbo y repensamos los periodos de aislamiento de manera inteligente tendremos simultáneamente un colapso económico sin precedente desde 1929 y a la vez una tragedia de salud pública de máxima envergadura.
Por ello, estamos trabajando un modelo ideado por Pamela Cortés (coautora) y desarrollado por un grupo de académicos de la Universidad de MIT y un servidor, como parte de mi investigación en la Universidad de Columbia .
Un virus con letalidad que discrimina por edad, condición de salud, embarazo, densidad poblacional, que hace más vulnerables a quienes viven al día y afecta la actividad económica de manera diferenciada; deberá ser enfrentado —del mismo modo— con políticas públicas específicas, tanto en prevención de riesgos como en transferencias de apoyo económico.
Nos enfrentamos a un patógeno cuya tasa de contagio es enorme…mas la tasa de mortalidad no lo es. Operemos acorde.
La propuesta consiste en implementar un “doble hoy no circula por la salud”.
Basándonos en la observación científica de que los contagios de Covid-19 se gestan principalmente en “clusters” o racimos, es decir, en los hogares; el esquema consiste en aislar selectivamente grupos de estos (además de los que ya cuentan con un diagnóstico positivo, individuos de la tercera edad o con condiciones preexistentes) y permitir al resto reintegrarse a sus actividades diarias para reactivar la economía.
El método se aplicará a través del último dígito del número de domicilio. Así, durante las dos semanas posteriores a la cuarentena general, las personas que vivan en domicilios con terminación en 0 y 1 o “sin número” (por ejemplo: 50, 1221 o S/N) deberán permanecer en confinamiento. Una vez concluidas esas dos semanas, podrán salir y será el turno de 2 y 3. La fórmula continúa hasta llegar al 9; repitiéndose las veces que sea necesario.
Esto implica que dos (o tres) de 10 domicilios (el 20 ó 30 por ciento de los hogares, según la evaluación clínica) serán únicamente los que se encontrarán apartados de la actividad económica.
La planificación por casas —versus por días de la semana o iniciales del apellido— nos brinda certidumbre para generar lo que se conoce como “herd immunity”: fenómeno que se caracteriza por el desvanecimiento paulatino de un brote tras el contagio de suficientes personas que desarrollan inmunidad, pues para el virus cada vez se vuelve más complicado encontrar un huésped susceptible.
Con el cierre parcial, en lugar de uno general, quienes contraigan el virus durante los días de actividad pasarán el tiempo de contagio resguardados en casa para no propagarlo a su retorno al mercado laboral.
Por otro lado, teniendo en cuenta que el problema confrontado no será de dos semanas, ni de cuatro; sino de varios meses (según el reporte “Epidemic Projections” del Boston Consulting Group) con el levantamiento total posterior a la cuarentena propuesto por las autoridades, volverán los picos de contagio y es justamente lo que debe evitarse. El presente modelo podría mantener la carga de infección a la baja y permitir una economía —si bien, reducida— sustentable.
Nuestro prospecto es aplanar la curva y prevenir la saturación del sistema de salud hasta que una vacuna o un tratamiento se encuentren disponibles. Un estudio del Imperial College [1] sugiere que el cierre periódico por algunas semanas, espaciado por una semana, podría mantener el brote debajo de un número crítico. Sin embargo, pensamos que nuestra alternativa puede funcionar de mejor manera al nunca desenchufar por completo la economía.
El siguiente análisis intuitivo explica cómo funcionaría la dinámica: Queremos situar el radio de infección o R (el número de individuos a los que infecta una persona contagiada) por debajo de 1, lo cual erradicaría la pandemia a largo plazo y prevendría un gran número de muertes. El efecto de un calendario de dos semanas de cuarentena selectiva para el 20 ó 30 por ciento de la población por turnos, se basa en limitar la propagación de la enfermedad.
Aquellos que desarrollen síntomas podrían permanecer como portadores durante más tiempo, pero tales individuos no deberán regresar a trabajar. Por “trabajo” nos referimos a la liberación de la cuarentena con higiene estricta para el resto de la población, exceptuando los “clusters” que “no circulan”.
La calendarización cíclica, a su vez, tiene como objetivo impedir que un gran número de personas sean despedidas o enviadas de vacaciones sin goce de sueldo. Ofreciendo, por el contrario, dos semanas sin trabajo por cada 10. Esto conlleva beneficios tanto económicos como psicológicos para empleadores y trabajadores.
Por lo pronto estamos considerando el 30 de abril como inicio del proyecto en coordinación con lo ya establecido en México e internacionalmente. Sin embargo, podría ser antes o después, de acuerdo con otros modelos internacionales que definen que el momento oportuno para lanzar este tipo de medidas llega a los diez días de haber alcanzado el pico de contagios. Por ello, la distribución de pruebas y la transparencia de los resultados de las mismas serán condiciones fundamentales para no tener reincidencias innecesarias.
La implementación debe hacerse sobre todo en zonas metropolitanas de alta densidad, donde la propagación es elevada. Por ejemplo, Ciudad de México y área conurbada. Una vez más, volvemos al punto de las restricciones diferenciadas. Gran parte del país que habita en zonas rurales y sufre marginación por razones socio-económicas, no merece —en ningún momento— tener aislada su economía si no existen focos de contagio.
La logística para aplicar una política de tales dimensiones deberá ser preparada en conjunto con los distintos niveles de gobierno, las instituciones de salud y seguridad pública, así como con la sociedad civil. El control social y liderazgo para su éxito son vitales.
La naturaleza exacta de la intervención puede ser afinada para potenciar la economía y minimizar la infección. El mensaje general es que podemos diseñar estrategias de contención para evitar una catástrofe económica (y por ende de salud), así como una tragedia de salud (y por ende económica). ¿Cómo? Optimizando los recursos, previniendo muertes y detonando oportunidades en todas las aristas. Dejemos la táctica de la escopeta —a cambio de la estrategia de puntería.
[1] https://www.imperial.ac.uk/media/imperial-college/medicine/sph/ide/gida-fellowships/Imperial-College-COVID19-NPI-modelling-16-03-2020.pdf