A pesar de las críticas de la mayoría de los países democráticos, de las sanciones impuestas por potencias como Estados Unidos, de las presiones de los organismos internacionales, de las denuncias de la oposición y de las movilizaciones de los venezolanos dentro y fuera del país, este 10 de enero vimos a Nicolás Maduro tomar posesión de la presidencia de Venezuela.
Nicolás Maduro se ha encumbrado en el poder desde el 2013, sobreviviendo a diferentes procesos electorales en los cuales su victoria nunca ha sido contundente o clara. En las elecciones celebradas en el 2013, existió una diferencia mínima, de 1.4% de votos entre Maduro y Capriles, lo cual llevó al candidato de la oposición a desconocer los resultados y pedir una auditoría que confirmó el triunfo de Maduro. En 2018, el fantasma del fraude rondaba las elecciones presidenciales que tuvieron como precedente las votaciones anticipadas por la Asamblea Nacional (AN), y en la cuales el boicot y la intimidación llevaron a desconocer el triunfo de Maduro y a la autoproclamación como presidente del país al presidente de la AN, Juan Guaidó.
Varios fueron los países que reconocieron como presidente a Juan Guaidó, sin embargo, con el paso de los meses este apoyo se desvaneció y quedó en el discurso, ya que a la hora de negociar se tenía que hacer con quien tiene el control del estado, es decir, Nicolás Maduro.
Desde aquel entonces la comunidad internacional se ha desbordado en condenas, amenazas, sanciones e intentos de negociación para garantizar una transición democrática del país. Lo más reciente fue la firma de los Acuerdos de Barbados que prometían “sanciones por elecciones”. EUA comenzó con el levantamiento de sanciones económicas a Venezuela, sin embargo, Maduro desde las elecciones primarias de la oposición, dejó ver su nulo interés por cumplir los acuerdos, inhabilitando a María Corina Machado para contender por la presidencia. Finalmente, ante los ojos de todos el 28 de julio del 2024 se realizaron elecciones, ante un panorama gravísimo, con varios observadores que fueron impedidos de acceder al país, con más de 2000 opositores encarcelados y con varias denuncias de organismos internacionales. Maduro se proclamó ganador, más allá de que la oposición tuvo acceso a la mayoría de las actas que aseguraban el triunfo de su candidato, Edmundo González y de que en general, la comunidad internacional exigió a Maduro mostrar las actas, este hizo caso omiso y asumió la presidencia.
Desde luego que existieron otros líderes que de inmediato dieron su reconocimiento al triunfo del chavismo, como Cuba, Nicaragua, Honduras, Rusia, China, Irán y Corea del Norte. Este grupo de países no sólo comparte el autoritarismo sino que en el caso de Rusia se beneficia de los acuerdos militares celebrados con Venezuela, y a la vez asegura tener un pie en el “patio trasero” de EUA. Por su parte, China disfruta de los bajos precios del petróleo, el cual fue puesto como garantía de los préstamos dados a Venezuela.
Por otra parte, tenemos aquellos países que reconocieron a Edmundo González, entre los que se encuentran EUA, Argentina, Perú, Panamá, Paraguay y España, este último fue el lugar de su exilio.
También encontramos a quienes, sin reconocer a González, decidieron no reconocer a Maduro. La Unión Europea, por ejemplo, decidió no enviar ningún representante a la toma de posesión. En cuanto a la región, llama la atención el caso de Chile que, a pesar de ser un país de izquierda, el presidente Boric ha sido determinante al señalar como “dictadura” al régimen de Maduro.
Por último, tenemos a los tibios, a aquellos quienes, a pesar de lo evidente, su carga ideológica les pesa más que sus principios, y que prefirieron cuidar sus declaraciones y enviar a sus embajadores a la toma de posesión. En este grupo está México, un país que ha luchado y sufrido para fortalecer la democracia, un país que enfrenta una grave crisis interna y con EUA por las altas tasas migratorias alimentadas desde el 2022 por los venezolanos que huyen del régimen, no obstante, no ha querido denunciar claramente los abusos de una dictadura, ni las violaciones a los DDHH.
Claro está que la solución para Venezuela no parece venir del apoyo internacional sino del interior del país, que la oposición enfrenta el reto de mantenerse unida, soportar los embates del régimen y de convencer a las bases de la milicia venezolana de sumarse a su causa. Por su parte los diferentes actores mundiales, mantendrán sus condenas, intensificarán sus declaraciones y aumentarán las sanciones, mientras Maduro se convierte en un ejemplo del fracaso de la comunidad internacional o quizás, de la indiferencia que en la práctica a la mayoría de los países les merece la democracia.