Las fronteras, en su sentido más amplio, son mucho más que simples líneas divisorias; son zonas de interacción constante, de intercambios culturales, económicos y políticos, pero también son fuentes de tensión, conflicto y competencia. Las vecindades, especialmente cuando hay asimetrías de poder, se vuelven un verdadero desafío para la construcción de la paz. Esto se evidencia tanto en la relación entre Ucrania y Rusia, como en la vecindad de México con Estados Unidos. Ambas naciones comparten una historia de relaciones complejas y, en muchos aspectos, se puede trazar un paralelismo entre las dificultades que enfrentan al vivir junto a un vecino mucho más grande y poderoso.

En el caso de Ucrania, la invasión rusa que cumple 3 años en este mes de febrero es un ejemplo de lo que significa ser vecino de una potencia expansionista, gobernada por un presidente de corte autoritario. Rusia ha violado el derecho internacional al invadir Ucrania, un acto que pone en evidencia el peligro inherente de vivir al lado de un vecino que no respeta las fronteras (¡atento México!). La situación de Ucrania no es solo una cuestión de disputas territoriales, sino también de soberanía, de identidad nacional y de aspiraciones europeas que se ven amenazadas por un régimen autoritario que busca expandir su influencia sobre sus vecinos. A pesar de los esfuerzos internacionales para frenar la agresión rusa, el caso de Ucrania resalta cómo un vecino mucho más poderoso puede imponer sus intereses de manera coercitiva, violando las normas internacionales y destruyendo la paz y la estabilidad en la región.

Por otro lado, la vecindad entre México y Estados Unidos, aunque no ha sido marcada por un conflicto militar directo como en el caso de Ucrania, también ha estado llena de tensiones y desafíos. A lo largo de la historia, México ha tenido que lidiar con la influencia constante de su vecino del norte, una potencia económica y militar que ha intervenido en sus asuntos de diversas maneras. Desde la intervención en la guerra de 1847, que resultó en la anexión de más de la mitad del territorio mexicano, hasta los intereses económicos, políticos y de seguridad, México ha estado luchando entre su soberanía y los intereses estadounidenses.

Aunque Estados Unidos no ha intentado una invasión militar directa en tiempos recientes, sus acciones han tenido un impacto profundo en la soberanía y autonomía de México. Actualmente, bajo la presidencia de Trump, el deseo de una intervención de este tipo aparece como un fantasma seductor disfrazado de “lucha contra el narcotráfico”. Las amenazas comerciales tales como las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC) y su renovación en el T-MEC, y las intervenciones indirectas en temas de seguridad, han puesto a México en una posición de vulnerabilidad. Sin embargo, a diferencia de Ucrania, México ha logrado no escalar de forma violenta (hasta ahora) en sus relaciones bilaterales.

Los inicios de conversaciones con Putin sobre la guerra en Ucrania bajo la figura de Donald Trump se convierten en un obstáculo para la construcción de una verdadera paz. La idea simplista de que la paz depende únicamente de un acuerdo entre Estados Unidos y Rusia es peligrosa. La paz en Ucrania no puede depender solo de la relación bilateral entre Washington y Moscú. La Unión Europea y la OTAN deben ser actores clave en cualquier proceso de paz, ya que su influencia es crucial para garantizar la estabilidad de la región. De hecho, la participación de la comunidad internacional, más allá de los intereses de Estados Unidos, es

esencial para crear una solución duradera que tenga en cuenta las preocupaciones de todos los involucrados.

Además, aunque se logre un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania, la seguridad de Ucrania seguirá siendo una cuestión sin resolver mientras sea vecina de una Rusia gobernada por Putin, quien desdeña el Derecho Internacional. La historia de tensiones y la naturaleza impredecible del régimen de Putin hacen que cualquier acuerdo firmado no garantice una paz definitiva. De igual manera, México, aunque no enfrenta la misma amenaza militar directa que Ucrania, sigue estando sujeto a las decisiones de su vecino, Estados Unidos, cuyo poder económico, político y militar lo coloca en una posición de constante negociación y vulnerabilidad.

Es en este punto donde México tiene una responsabilidad clave en la política internacional, dada la complejidad de su relación con Estados Unidos y las similitudes que comparte con Ucrania en su vecindad con una potencia mayor. La presidenta Sheinbaum debería adoptar una postura más activa y firme en la condena a la invasión rusa de Ucrania. Aunque México ha mantenido los principios de no intervención y neutralidad en conflictos internacionales, la magnitud de la violación al derecho internacional por parte de Rusia y las implicaciones para la estabilidad global no pueden ser ignoradas. La defensa de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, principios clave en la política exterior mexicana, deben llevar a una postura más clara contra la agresión rusa.

Así las cosas, la vecindad con una potencia poderosa no es un asunto fácil de gestionar. Las dinámicas de poder cambian constantemente y las lecciones de la historia muestran que la paz nunca está completamente garantizada en ninguna situación y mucho menos cuando se vive junto a Putin o Trump, los “vecinos peligrosos”.

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