Nuevamente nos encontramos en una intensa contienda electoral en tres de los países de la Alianza Pacífico. México y Perú tuvieron elecciones el 6 de junio, mientras que Chile hizo lo propio el pasado 13 de junio. La región guarda importantes paralelismos que nos pueden ser muy útiles para la creación de escenarios prospectivos.

En los tres países existió un ánimo de votar por el “mal menor” y aunque en el caso mexicano celebramos un porcentaje histórico de votación en elecciones intermedias, también es cierto que cerca de la mitad de los mexicanos no participó. En Chile, se realizó la segunda vuelta para elegir gobernadores, cargo que no existía antes y por lo cual se esperaría una importante concurrencia, sin embrago, las cifras de votantes no alcanzaron el 20%. Por su parte, el 74.5% los peruanos en el padrón con voto obligatorio, asistieron a las urnas, en contraste con el 36% de los peruanos en el extranjero donde el voto no es obligatorio. Muchas son las causas del desánimo de los ciudadanos que impactan en los bajos niveles de participación, pero es importante transitar a un modelo en el que se entienda el voto no solamente como un derecho, sino como un deber ciudadano, es decir, en el que el voto sea obligatorio.

Las diferencias estructurales entre las capitales latinoamericanas, se evidenciaron aún más, no sólo con el resto del país sino con los diferentes estratos socioeconómicos asentados en diferentes zonas al interior de las capitales. Incluso, surgieron lamentables “memes” que enfatizan la división de CDMX entre las alcaldías clasemedieras en las que triunfó la alianza PAN, PRI y PRD y aquéllas del lado este, donde Morena triunfó. En Santiago, ocurrió algo similar, las comunas del sector oriente, las de clase alta e identificada con la derecha, votaron a regañadientes por Orrego, un candidato de centro izquierda que no convencía, pero era la única alternativa en contra de Karina Oliva, una opción más radical y cuyo proyecto consideraron débil, incluso dentro de la misma izquierda. Es urgente un cambio de discurso y de formas comunicacionales que convenzan a los votantes, frenar los discursos polarizadores que reproducen lugares comunes que ya no entusiasman a la ciudadanía, hablar de “conservadores”, “los mismos de siempre” “Venezuela y Cuba”, resulta ineficaz y abrumador para los votantes. Los partidos y los estrategas de la comunicación política deben replantear no sólo la forma, sino el fondo, del proceso comunicacional con la sociedad civil, partiendo de la realidad de que la sociedad cambió y reconociendo las nuevas formas de interacción que exigen, de tal manera que nuestros procesos electorales se inclinen más “a favor de algún proyecto” y no a los votos “anti-algo”, antiamlo, antifujimori, antioliva, etc.

Las cerradas elecciones de congresistas en México, de la presidencia de Perú y de la gubernatura de Santiago de Chile, en las que ningún partido alcanzó una mayoría importante, posibilita que todos se consideren ganadores, y se pueda presumir de contrapesos, pero una lectura menos simplista nos demuestra las fracturas entro lo político y lo social, poniendo las alertas sobre la gobernabilidad de nuestros países.

En México, si bien celebramos el fortalecimiento de la estructura democrática, no podemos perder de vista que la baja participación, la polarización y los votos “anti” no son una buena fórmula. Falta mayor involucramiento y responsabilidad para que nuestros votos sirvan para premiar o castigar a uno u otro partido o candidato, especialmente podemos observar el caso de Morena, donde las cámaras de eco, hacían pensar que podía perder hasta la mayoría simple, sin embargo, se consolidó en varios estados y aún tiene cierto control de la cámara, es decir, sufrió una herida, pero no de muerte.

@avzanatta 

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