El poder blando dentro de las Relaciones Internacionales es entendido como la capacidad de un Estado de incidir en otro, sin necesidad del uso de la fuerza, sin influir a través de la coerción. En este sentido, para el gran teórico estadounidense del poder, Joseph Nye, los medios sutiles tales como la cultura, la ideología y los valores, son elementos de propaganda efectivos en el posicionamiento de los estados en el escenario mundial.

Ante la emergencia sanitaria global provocada por el COVID19 y las brechas de acceso a las vacunas que han advertido varios países en los foros internacionales, sería difícil pensar que algún osado gobierno rechazara la oferta de hacerse de algunos miles de vacunas ofrecidas por alguno de los países de origen de las mismas o por donación de un tercero.

Muchos fueron los cuestionamientos sobre la vacuna rusa Sputnik V, haciendo aparecer aquel fantasma de la Guerra Fría que revivía en varios países occidentales, en forma sospecha y escepticismo sobre Moscú (y la efectividad de su producto). En el caso de América Latina se desarrolló una especie de Pacto de Varsovia sanitario, en donde la vacuna era repartida sin cuestionamiento alguno a los aliados de Rusia: Argentina, Bolivia, Venezuela, Nicaragua y Panamá.

En el caso de México las expectativas apuntaban en un primer momento a Pfizer o Moderna, sin embargo, no fue hasta que se hizo evidente la falta de abastecimiento y la lentitud del mismo, que se solicitó la vacuna rusa, no sin antes un ejercicio de lobby con el gobierno argentino. Rusia, junto con China, se ha convertido así en uno de los grandes proveedores de vacunas de los países de menor desarrollo.

La importancia de posicionar la vacuna y con ello impactar de manera positiva en el escenario mundial, no solamente ha sido entendido por los países productores de la misma o quienes se disputan la hegemonía, sino que también por otros países que buscan ejercer ciertos tipos de liderazgo en las subregiones. Ejemplo de ello es Chile, que además de haber logrado un fuerte posicionamiento a nivel mundial como modelo de vacunación, ha incluso donado vacunas –chinas, por cierto– a Ecuador y Paraguay; además de oxígeno al Perú.

Si bien la geopolítica y las relaciones internacionales no son el fuerte de varios gobiernos de la región, incluido México, sí se esperaría una comprensión del poder blando hacia el interior. Un correcto manejo de la estrategia de vacunación no sólo es un imperativo sanitario, sino un referente del buen gobierno y de la gestión de la administración pública que –más allá de los discursos– podría devolver confianza en las instituciones políticas y fortalecer la democracia, incluso (para decirlo de una forma que comprendan fácilmente los políticos) aumentar o devolver popularidad al gobierno.

Por otra parte, el anhelo de una correcta gestión sanitaria se diluye fácilmente ante otros ejemplos de la región. En Argentina, Ecuador y Perú, los ministros de Salud han debido renunciar luego de una serie de escándalos por “vacunaciones VIP” a familiares y miembros del círculo cercano, saltando el orden y los protocolos requeridos. México, no ha sido excepción, cesando a funcionarios del Edomex que asistieron a EUA al Súper Tazón, evento que exigía para su ingreso previa vacunación.

Sabemos de antemano que la política exterior no está cerca de ser una prioridad del gobierno actual. Es por ello imposible exigir una estrategia sanitaria de cooperación y fortalecimiento de la imagen de México en el exterior. Pero en lo interno, la politización de la vacuna tampoco denota un objetivo claro, como la protección de la población vulnerable y la primera línea, la eficiencia funcional de las instituciones del país o una demostración de poder blando de la gestión pública de la pandemia.

Por el contrario, todo apunta a una ausencia de estrategia, a un “blando poder blando” consecuencia del nulo entendimiento de que la mejor propaganda no es un discurso, un cartel o una mañanera, sino acciones de impacto positivo en la sociedad.

@avzanatta

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