El presidente Andrés Manuel López Obrador dice que el país va muy bien. Habla de “un ánimo distinto, es un ambiente nuevo, aunque digan lo contrario nuestros adversarios en México hay alegría, hay entusiasmo, es otro país, es otro humor”. Ese ha sido el tono de sus conferencias mañaneras de la semana. Aunque ya lleva meses diciendo que vamos requetebién.
Cuestionado sobre el desabasto de medicamentos, complicaciones económicas, la falta de crecimiento, la inseguridad, el presidente considera que se trata de campañas de desinformación de sus adversarios que actúan así porque tienen mal humor, el cual, considera el presidente, se les va a ir quitando. “Se van a ir alegrando junto con millones de mexicanos que estamos celebrando este cambio verdadero, esta transformación”, declaró el presidente.
La gran premisa transformadora del presidente tiene que ver con la austeridad. No vivir en Los Pinos; no usar la caravana de suburbans blindadas con varios miembros del Estado Mayor Presidencial para manejarlas, abrir las puertas, quitar a quienes le estorben en su camino; no usar el avión presidencial y subirse en avión comercial como cualquier otro mexicano y un largo etcétera, muy simbólico, caracterizan la transformación presidencial.
La austeridad per se no necesariamente es positiva. Si nos vamos a un ejemplo extremo, al concluir la Primera Guerra Mundial, las medidas de austeridad que se vieron obligados a adoptar los alemanes para pagar las reparaciones de la guerra fueron una de las causas principales del ascenso de Hitler al poder y del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Pero la misma austeridad ha sido la causa de grandes problemas políticos actualmente en Grecia y en Italia, cuyo Primer Ministro acabó renunciando ayer, justamente por no poder seguir manejando el barco italiano entre las aguas del populismo y la austeridad de la Liga y el Movimiento de las Cinco Estrellas.
En México pocos estarían en desacuerdo con el diagnóstico de que el despilfarro público ha ido creciendo sexenio con sexenio y que había que ponerle un alto. Pero ese alto debe de hacerse tomando en cuenta que no queremos un país en el que todos tengamos lo mismo, en menores cantidades, sino todos lo mismo en mayores cantidades.
El presidente Andrés Manuel López Obrador dice una y otra vez que los bienes materiales no debieran ser lo que nos incentive. Que debemos ser más humanistas. Que no puede haber gobierno rico con pueblo pobre. Eso suena bien, pero al final del día, hay muchos mexicanos que queremos lo mismo que el propio presidente tiene: la oportunidad de acudir a un médico especialista de primerísima calidad en el momento de una complicación cardiaca como la que él tuvo y pudo ser atendido por el Dr. Félix Dolorit de un hospital del sur de Miami antes de ser presidente y no sabemos si aún conserva. Esperemos que mantenga cuidados de primera.
También sería positivo que todos los mexicanos pudieran enviar a los hijos a un campamento de verano como Santa Úrsula en San Luis Potosí, considerado uno de los mejores del país con 17 hectáreas bardeadas a un costo de 40 mil pesos por semana, como al que acudió el hijo menor del presidente estas vacaciones. Y, sin duda, sería una aspiración legítima contar con un departamento de 300 metros cuadrados, como el que se le acondicionó al presidente en Palacio Nacional.
¿No sería mejor pensar que todos los mexicanos puedan alcanzar ese tipo de austeridad que hoy ostenta el presidente en lugar de aspirar a que el nivel de vida sea parejo, pero sin la posibilidad de educación, casa, medicinas y esparcimiento que hasta el propio presidente disfruta hoy? Para ello, la austeridad a rajatabla no funciona. La dádiva de unos pocos miles de pesos al mes que no permiten ni ahorro ni productividad, tampoco. Y sin duda el despilfarro de otros sexenios queremos que quede descartado. En medio de ambos extremos hay políticas públicas sensatas que pueden, deben y urgen ser exploradas.
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