Con el inicio de año, nuestras esperanzas y propósitos personales se renuevan, pero no alcanza el optimismo de estas fechas para mejorar nuestras expectativas en el gobierno mexicano, que va por el cuarto año del sexenio sin quitarse el velo de soberbia que le impusieron 30 millones de votos, una mayoría sumisa en el Congreso y el temor que siembra a su paso.
La soberbia permite valorarse a uno mismo por encima de los demás y otorga a quienes la padecen un sentimiento de superioridad para presumir de lo que se cree tener y menospreciar a quienes no lo comparten. Un velo que, como decía Miguel de Cervantes, es hijo de la ingratitud y que en tiempos de la cuatroté no da lugar a la sensibilidad ni a la empatía.
Así, prevalece en nuestro país una soberbia que polariza, pero no brinda certidumbre ni a los propios, que son corridos al menor disenso, perseguidos como la comunidad científica y académica del país que osa ser crítica o ignorados como el pueblo bueno que sufre en carne propia el desmantelamiento del sistema de salud, la precarización de la educación y el fracaso de una política clientelar e incapaz de atender la inflación o de impulsar el empleo.
Y me detengo en este punto, porque como país tenemos una deuda histórica con la población que vive en condiciones de pobreza y porque en el discurso del gobierno federal, eliminar los “privilegios” de unos, bien vale la pena por alcanzar el bienestar de todos. Lamentablemente, cada día estamos más lejos de lo uno y de lo otro.
El aumento en la opacidad y las asignaciones directas en las compras del gobierno son el mejor camino hacia la corrupción, pero nunca hacia las soluciones, al contrario: hoy el desabasto de medicamentos y hasta del cuadro básico de vacunación para la niñez son escandalosos y dejan en la indefensión precisamente a quienes más lo necesitan.
Una soberbia incapaz de atender las causas del movimiento feminista, de cuyas más sobresalientes representantes recibió apoyo por años y que hoy obliga a las pocas incondicionales que le quedan, a eliminar avances que brindaban apoyo a las madres trabajadoras; soporte a las víctimas de violencia a través de los refugios o a recortar el presupuesto para atender los tipos de cáncer que nos atacan a las mujeres.
Pero si no reconocen a los propios, menos a los extraños. En el Congreso de la Unión las instrucciones del Poder Ejecutivo se acatan y sí, se discuten por la responsabilidad y perseverancia de la minoría, pero la soberbia de la mayoría les impide escuchar no solo las críticas, sino atender una sola de las innumerables propuestas.
En el pecado llevan la penitencia. Tan nublada tienen la vista, que yerran hasta en la selección de sus batallas que, por cierto, no son a favor de los más desprotegidos, sino por una costosísima e inútil consulta popular y por impulsar una sucesión adelantada.
Frenar la ola destructiva demanda humildad para ellos y coraje para nosotros: no basta resistir los embates contra la organización social, urge fortalecer los contrapesos, formales e informales. Urgen definiciones claras y apegadas a la ley por parte del Poder Judicial, que tiene en sus manos la Acción de Inconstitucionalidad interpuesta por diputadas y diputados de la alianza Va Por México, en contra de un Presupuesto de Egresos 2022 regresivo y violatorio de derechos humanos.
Deseo que este nuevo año Morena y su gobierno se sacudan la soberbia que es, quizá, el mayor de los pecados, pues acaba destruyendo a quienes se entregan a ella. Como decía San Agustín, “la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano.”
@AnaLiliaHerrera.