Hay silencios que no son prudentes, sino funcionales.
El caso Hernán Bermúdez, exsecretario de Seguridad de Tabasco durante el gobierno de Adán Augusto López y ahora prófugo por presuntos vínculos con el crimen organizado, expuso no solo la fragilidad del discurso oficialista, sino también la tibieza, si no es que la complicidad, de una oposición que, en otras circunstancias, ya estaría exigiendo renuncias, comparecencias y juicios políticos. No es el caso.
Desde que se conoció que Bermúdez Requena, acusado de formar parte de una célula criminal conocida como “La Barredora”, habría operado durante años en el gobierno estatal de Adán Augusto, la dirigencia opositora ha optado por la mesura. O peor aún: por desaparecer del debate público.
En el Senado, ninguno de los coordinadores parlamentarios del PAN, PRI o MC ha presentado una demanda formal, ni ha subido puntos de acuerdo, ni ha exigido, con nombre y apellido, que el senador López Hernández renuncie a la coordinación de Morena o se separe del escaño.
La senadora priista, Carolina Viggiano, evitó ensuciarse las manos. Cuando se le preguntó esta semana si Adán Augusto debía renunciar a su coordinación, respondió que “es un asunto que le corresponde a su bancada” y que ella no podía opinar por otros. Incluso deslizó que será la Fiscalía la que deberá valorar si hay elementos, como si no se tratara ya de un escándalo político.
La misma bancada y dirigencia priista que a la menor provocación acusa a Morena de narcopartido, ahora optó por la distancia, la prudencia… y el respeto institucional.
Sí, postean en redes, pero sin señalar directamente y sin dar la batalla de frente. Todo queda en insinuaciones, frases genéricas y reclamos al aire.
El caso no se trató formalmente en la reunión de la JUCOPO del Senado, aunque algunos opositores intentaron meterlo de manera tangencial bajo el rubro de “seguridad”. Aun así, nadie se atrevió a mencionar, frente a Adán Augusto, su nombre ni su caso. La sala estuvo semivacía. Ninguno de los coordinadores parlamentarios de oposición asistió: ni Ricardo Anaya, ni Manuel Añorve, ni Clemente Castañeda.
Ricardo Anaya rompió el silencio con un post en redes, únicamente para quejarse de que el presidente del Senado no permitió que se hablara del tema en la Permanente, sin estar siquiera presente en el recinto.
No exigió renuncias, ni licencias, no pidió investigar, no propuso nada. Se enfocó en la forma, como si el pleito fuera contra Fernández Noroña.
La pregunta no es si la oposición está actuando con prudencia. La pregunta es por qué, esta vez, ha decidido no actuar. ¿Miedo? Alito sigue con un pie en el desafuero por las denuncias en Campeche. Jorge Romero amagó con crear una comisión para investigar a Adán, pero desde Morena le recordaron sus propios pendientes en Benito Juárez. Ricardo Anaya apenas regresó al país y no parece interesado en provocar a la Fiscalía.
¿Pacto? ¿Cálculo? Tal vez crean que el caso desgastará más a Morena si se quedan al margen y permiten que se destrocen entre ellos.
Y mientras tanto, el senador tabasqueño dice que no sabía nada. Que su secretario de Seguridad actuaba por su cuenta. Que está a disposición de las autoridades, pero sin renunciar al fuero. La presidentA Sheinbaum se deslindó a medias: pidió que dé la cara, pero no se ha sumado a ninguna exigencia concreta. Aunque diario habla del tema.
Aquí todos se hacen los correctos. Y en ese afán de cuidar las formas, van dejando que el lodo se seque. La oposición pierde autoridad moral cada vez que opta por la distancia cuando debería ejercer presión.
La política mexicana se ha convertido en un circuito donde las acusaciones se dosifican según la conveniencia. Y donde, si callan cuando deberían hablar, es porque ya pactaron. O porque saben que si levantan una piedra, les caerá una más pesada encima.