Harto, molesto, indignado y quizás resentido, el presidente López Obrador reaccionó así a una publicación en redes:

“De una vez lo digo, soy un presidente naco, chinto y chairo; de Tepetitán, Macuspana, Tabasco, y pertenezco al pueblo y al pueblo raso. Ya, que quede claro. Y no soy fifí”.

Se aseguraba que Rosa Icela Rodríguez debía su nuevo nombramiento, como secretaria de Gobernación, en la próxima administración de la presidenta Sheinbaum, a que había sido niñera de los hijos del Presidente. (Post que ya no está disponible).

Se trataba, hay que decirlo, de una afirmación estridente que descalificaba las cualidades profesionales de una persona, sin demérito de quienes se han desempeñado como niñeras.

Aparentemente enfadado, el Presidente se descosió:

“Dicen que Rosa Icela -lo voy a decir porque…- va de secretaria de Gobernación porque cuidó a mis niños, imagínense. Yo conocí a Rosa Icela cuando era reportera, primero de La Afición y luego de La Jornada, ¿no? Y nos conocimos porque ella era periodista y yo estaba en la oposición”.

En el ´89, precisó Rosa Icela.

Y el Presidente continuó: “Me acompañaste después, cuando el Éxodo por la Democracia. Y como reportera. Y pasa el tiempo y te invité a participar en el gobierno de la ciudad, en el 2000. Entonces, ¿cuándo fuiste niñera? Además, mentira y de mal gusto”.

Ya encarrerado, el Presidente abundó que la conocía desde hace 34 años, la llenó de flores y celebró que fuera designada futura secretaria de Gobernación. (Hay que consignar que justamente esos argumentos les permiten a algunos asegurar que el nombramiento de la número dos del próximo gobierno fue impulsado por quien hoy la adula).

El Presidente lamentó el hostigamiento del llamado PRIAN, cuando ocupó con sus simpatizantes pozos petroleros en Tabasco y confesó que dos mujeres periodistas, entre ellas NO Rosa Icela, sacaron de la casa a sus hijos y los llevaron a un hotel para protegerlos.

Y remató con algo que también dijo la hoy secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana: “Sí, hay clasismo”.

Y fue cuando soltó: “de una vez lo digo soy un presidente naco, chinto y chairo (…) Y no debe haber clasismo, ni racismo en nuestro país, ni machismo”.

No hay duda de que el Presidente resiente ese maltrato desde hace mucho tiempo y no ha podido superarlo a pesar de haber llegado a la cúspide de la política mexicana. Parece un resabio que se asoma de vez en vez y que seguramente lo condiciona al momento de tomar decisiones.

Andrés Manuel López Obrador aún es el Presidente de México, es el hombre más poderoso del país y le quedan 79 días.

Lejos de perder influencia, está a plenitud y todavía puede tomar decisiones que sorprenderían y espantarían a muchos. Si el Presidente se siente lastimado, también puede tomar represalias, también puede quitarle estorbos a quien continuará su proyecto político, también puede cometer excesos que evidencien, una vez más, que ese afán supuestamente justiciero es en realidad una venganza hacia quienes lo ningunearon durante años.

Poco falta para que se vaya a La Chingada.

Si no es cuestión de vida o muerte, no sobra un poco de mesura.

¿Para qué lo provocan?

Como dice el propio Presidente: “Lo bonito de esto, es lo feo que se va a poner”.

A partir de octubre, juego nuevo, aunque sea con la misma baraja.

¿Alguien pasa, se baja o va su resto?

Monitor republicano

Ya en eso, cabría también: “pachucos, cholos y chundos, chichiflas y malafachas, acá los chómpiras rifan y bailan tibiritábara”. (Café Tacuba).

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