Dijeron que no serían iguales que los de antes y, en efecto, no lo son. Son peores. Por cínicos e hipócritas.

El ejemplo más reciente fue el escándalo de la boda de Martín Borrego Llorente e Ionut Valcu, que fue disfrazada de un supuesto evento diplomático para celebrar el 89 aniversario de las relaciones México-Rumania, en la Sala de Recepciones del Museo Nacional de Arte.

Los morenistas no entienden: ¡Con las bodas, no!

Borrego Llorente, como jefe de Oficina de la Cancillería, solicitó el 11 de septiembre autorización a la dirección del Museo para un coctel en el Salón de Recepciones del recinto construido en 1902 y concluido una década después, por el arquitecto italiano Silvio Contri.

A este inmueble, que se describe a sí mismo como “majestuoso en tamaño y estructura, dotado de un lenguaje sumamente moderno y ecléctico, y con detalles ornamentales que evocan el Renacimiento italiano, el Clasicismo francés y el Barroco”, llegó la excanciller y entonces con tres días en el cargo de titular de la Semarnat, Alicia Bárcena.

Disfrutó de la nuntă y con su presencia convalidó el abuso, por no decir el acto ilegal.

Tras revelarse el escándalo del que participó, Bárcena reaccionó y emitió una tarjeta informativa desde la Semarnat, en la que aseguró que como canciller “no autorizó y no fue informada” de la solicitud enviada por Borrego Llorente al museo”.

Después de haber disfrutado de la fiesta, se dio cuenta de que “convencida de que la acción manifiesta un grave error que contrasta con la vocación austera, rigurosa e igualitaria que ha de ser el sello de las administraciones de la Cuarta Transformación”, pidió la renuncia a Borrego Llorente.

El escándalo llegó a la mañanera, y la presidentA exigió una investigación (aunque ayer la apapachó y la respaldó, pues trascendió que le había ofrecido su renuncia). Además, leyó una carta que dijo que envió a todos los funcionarios públicos el 2 de octubre, dos días antes de la boda:

“Nuestro horizonte será predicar con el ejemplo a través de un gobierno honesto, honrado y austero, pues servimos a la patria y no debemos servirnos de ella. Su comportamiento y desempeño debe ser evitar y condenar las malas prácticas, propias del régimen que hemos superado: sin influyentismo, sin nepotismo, sin corrupción, ni impunidad”.

Al menos en apariencia, sin alardes, la presidentA Sheinbaum se traslada cotidianamente en un auto Aveo, cuando muchos de su gabinete usan camionetones, algunos blindados, y con choferes, guardaespaldas y cargafólders, con cargo al erario.

Basta pararse afuera de la Puerta 8 de Palacio Nacional para verlo.

Por ello pareciera que, abrumada por los problemas del país, principalmente la inseguridad; la criminalidad creciente; la economía, y las relaciones con Estados Unidos y Canadá, no se da cuenta de casos como el que ocurrió entre miembros de su círculo íntimo, pues cercanos confían que algunas personas de la Ayudantía del expresidente López Obrador, que siguen en esa misma área de la Presidencia, ahora ayudando a Sheinbaum, han ocupado aviones oficiales para acudir a bodas mientras acompañan a la Presidenta en sus giras por el país.

Se trataría de “servidores” públicos del más alto nivel de la Ayudantía, que cargan hasta con sus subalternos. Que comiencen preguntándole a Juan José y a Diego.

Van menos de 100 días de este gobierno y es inevitable ver que asoman los abusos.

Estamos frente a una casta privilegiada, al amparo del poder y del erario. Se sienten paridos por hada austríaca, bueno, rumana.

Un Déjà vu.

(Por vacaciones, si me lo permiten, nos leemos el 11 de enero. ¡Felices fiestas!)

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