Diego Valdés salió de cambio el domingo e hizo berrinche. Hay quien dice que eso es una muestra de lo mucho que le duele a un jugador abandonar el campo; otros, lo consideran el símbolo máximo de la frustración. Antes de seguir, hay que aclarar que el chileno es un adulto y un atleta profesional; por ende, hacer pataletas no le corresponde y convivir con la frustración es algo tan común para él que ya debería saber manejarla.
Valdés estaba jugando como para salir. Está claro que a nadie (amateur o profesional) le gusta dejar la cancha, pero el respeto al entrenador y al compañero que va a entrar, obligatoriamente, debe estar por encima de caprichos personales. Si el enojo mostrado fue consigo mismo, también se equivocó.
Incluso, si hubiera sido la figura del equipo (hoy está lejos de serlo), tirar patadas y farfullar no es el camino correcto.
André Jardine, pudiendo liquidarlo en la conferencia de prensa, abordó al tema como un caballero y le dejó claro quién manda.
Este “incidente” me hizo pensar en qué raros son los futbolistas (obviamente, no generalizo). Todos aman los elogios, aunque saben cómo funciona este negocio.
Pero también detestan la crítica, sin entender que hay épocas de vacas gordas y de vacas flacas, y que la adjetivación sobre su trabajo va de la mano con el momento que atraviesan.
En resumen, les encantan los beneficios de su profesión, pero rechazan las exigencias y —a veces— hasta las responsabilidades.
En todos los años que —por trabajo— me ha tocado estar parado junto a una banca, jamás vi a un futbolista que, tras ser sustituido, se disculpe con su entrenador y sus compañeros por haber sido un desastre en la cancha.
Lo que sí he visto varias veces es a futbolistas negarle el saludo al director técnico, patear botellas de agua, exhibir al entrenador con aspavientos y hasta insultarlo. ¿No que ellos son los primeros en saber cuándo juegan mal?
Que les moleste salir está bien, pero hay maneras. Un día antes, Veljko Paunovic sacó a André-Pierre Gignac. El francés, evidentemente, no estaba contento, pero no hizo un solo gesto.
Salió tranquilamente de la cancha y chocó la mano con los miembros del cuerpo técnico que lo buscaron, para después sentarse. En el rostro se le notaba el enojo, pero no lo hizo público y, cuando a los pocos minutos cayó el gol de Ozziel Herrera, se levantó para aplaudir a su compañero.
Hace unos días, Diego Valdés había sido autocrítico sobre su desempeño este semestre. Seguramente, aprenderá en estos días que a las palabras se las lleva el viento y que, en un club como el América, se necesitan hechos.