No sé como sea ahora. Tal vez es algo que ya no se dice, quizá hasta haya quien lo considere inapropiado. O simplemente ya pasó de moda. Pero a quienes fuimos niños en la década de los 80, siempre nos decían que —para ser un hombre de verdad— había que ser feo, fuerte y formal.
Hoy, más de 30 años después, no puedo evitar pensar que la referencia a la fealdad es irrelevante y, me imagino, que lo de feo se agregó para juntar tres palabras que iniciaran con la letra ‘F’. Porque, al final de cuentas, la belleza es subjetiva y una cuestión estética poco tiene que ver con la calidad de un hombre.
Ahora, la fortaleza (no la física, por supuesto; cargar más o menos peso no cambia nada) y la formalidad son fundamentales para medir a un hombre. Hay que ser coherente con lo que se dice y se hace (ya sabe, las cosas se dicen con la boca y se sostienen con algo que está más al sur), y mantener la templanza ante cualquier escenario que la vida nos presente.
Cuando pienso en alguien así, de inmediato me viene a la cabeza un nombre: Carlos Salcido . Este sábado, se retiró un futbolista en toda la extensión de la palabra, un tipo que dignificó la profesión a lo largo de toda su carrera. Un hombre fuerte en lo físico, pero sobre todo en lo mental. Un hombre formal, porque siempre cumplió, silbando bajo y con las manos en los bolsillos en muchas ocasiones. Así, sin aspavientos, ni excesos de protagonismo.
Reducir la carrera de Salcido a su palmarés sería injusto. Y es que el de Ocotlán trasciende a los trofeos. Con la camiseta de la Selección Mexicana brilló desde su lugar casi siempre. Cuando la situación se complicaba, Carlos siempre levantó la autoestima del equipo, ya fuera con un desborde por la banda izquierda o con el grito preciso para espabilar a sus compañeros.
Más allá de sus excelentes condiciones futbolísticas, Salcido se destacó por ser un jugador a prueba de balas. La presión jamás pareció pesarle; es más, en el gran escenario parecía jugar incluso mejor. Es imposible olvidar que en el partido ante Argentina, en Sudáfrica 2010, él fue el mejor mexicano sobre la cancha.
Tampoco olvidemos que a Londres 2012 se le llevó como refuerzo, no sólo por su nivel futbolístico, sino también como un líder y guía para los jóvenes. Colgarse la medalla de oro fue una especie de justicia poética para su carrera.
El final de Salcido —tristemente— como suele suceder con muchos atletas de élite, no correspondió a su ilustre trayectoria. Pero no porque él no estuviera en condiciones, cumplió hasta el último día. Pero un jugador de la estatura de Carlos Salcido merecía mucho más que decir adiós en un club incendiado. Y es que este sábado se fue uno de los mejores jugadores en la historia de la Selección Mexicana. Se fue un futbolista feo, fuerte y formal.
Adendum. El noruego Knut no deja de preguntar cómo es posible que tres de los cuatro grandes no hayan clasificado a la Liguilla.