Quedaron definidas las semifinales del futbol mexicano y, tras la ronda de cuartos de final, hay claras dos cosas: El América es el candidato principal al título y la Liguilla es, por kilómetros, lo mejor que tiene el balompié de nuestro país.
Ambas sentencias tienen una explicación sustentada en argumentos lógicos, respaldados en la historia, la estadística y, por supuesto, la actualidad.
¿Por qué la fase final es tan superior al torneo regular? Lo más fácil sería creer que es simplemente porque se juegan series a eliminación directa.
Considero que, en el fondo, los futbolistas y los árbitros son los grandes responsables.
Los partidos se disputan a otra velocidad y con mayor intensidad. Nadie se guarda nada y en cada duelo queda claro que físicamente, pero sobre todo técnicamente, son capaces de jugar a un ritmo similar al que se ve en Ligas de mucha mayor envergadura.
Entonces, irremediablemente, uno se pregunta por qué a lo largo de 17 jornadas rara vez disfrutamos de un partido con este tipo de características.
Y, desde afuera, me parece que no se trata de una cuestión relacionada con el desgaste, ya que en la Liga hay más descanso entre fecha y fecha.
En la fase definitiva, se juegan dos partidos por semana al máximo nivel.
Seguramente, tendrá que ver con la intrascendencia del certamen regular, que funge como una fase clasificatoria que da acceso a la postemporada al 55% de los participantes.
Por otro lado, señalar al América como principal aspirante al campeonato se sustenta en la manera en que las Águilas se mostraron en su serie ante el Pachuca.
El tricampeón fue absolutamente dueño de ambos partidos; dominó a su rival de cabo a rabo.
El equipo retomó el nivel mostrado durante amplios tramos del torneo y, aunque es algo intangible, es imposible descartar como factor el romance que André Jardine tiene con la Liguilla. El América no sufrió jamás; el resto de los semifinalistas, sí lo hizo.
El líder Toluca es vulnerable en el fondo, su portero (cualquiera de los dos) no da garantías y avanzó por posición en la tabla, tras recibir cuatro goles del Monterrey.
El Cruz Azul goleó al León, pero la historia lo condena y, aunque el marcador diga otra cosa, los Esmeraldas le complicaron la vida.
Finalmente, Tigres coqueteó peligrosamente con la eliminación. Si el árbitro Marco Antonio Ortiz agregaba dos minutos menos, Guido Pizarro y compañía estarían de vacaciones desde ayer.
Nada está escrito, sobra decirlo, pero —tras la fase de cuartos de final— el cuadro de Jardine puso sus tres campeonatos sobre la mesa y le dejó claro a todo el país que ese equipo poco efectivo que en abril sólo le ganó al Mazatlán, ya no existe. En mayo, volvió el tricampeón y lo hizo con la sed de victoria intacta.
Adendum. “No acepto apuestas”, me escribió Knut el domingo.
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