Jamás hubiera esperado encontrar una película de Bertrand Bonello en Netflix. De entre los autores franceses contemporáneos, él me parece el más radical en muchos sentidos: su cine parece realista, pero, más bien tiende a lo onírico; su empleo del montaje evoca el cubismo —ya abundaré en eso—, mientras que su manejo del tiempo puede parecer tan narrativamente torpe como deliberadamente desafiante. Finalmente, sus tramas, que abarcan un burdel en el siglo XIX, la vida de Yves Saint Laurent, un bombardeo en París o una epidemia de zombis, prometen emociones que las películas contradicen con un ritmo atrabancado. Los espectadores cautivos del cine industrial lo detestan por sus trampas; los demás lo admiramos por su sabotaje. Espero que con eso se entienda mi sorpresa de ver algo de Bonello en Netflix.

La película en cuestión es Nocturama (2016), que me recuerda al mismo tiempo a Viridiana y El ángel exterminador, de Buñuel, y a las intenciones de Carlos, de Olivier Assayas. Lo primero que vemos se parece a esto último. Un grupo diverso de jóvenes —entre ellos hay mujeres y hombres de ascendencia africana, mesoriental y blanca— se mueve de manera coordinada en París, como una invasión silenciosa. Algunos andan en grupo, otros solos; de repente algunos se cruzan y no tenemos idea de por qué. Bonello se deshace de cualquier tipo de exposición y nos obliga no sólo a ver sino a mirar, no sólo a captar sino a comprender. En una escena de Carlos, Olivier Assayas reconstruye el asalto del revolucionario Ilich Ramírez Sánchez a las oficinas principales de la OPEP en 1975. Si bien hay mucho tiempo perdido entre una escena y otra, cada una busca simular el tiempo real. En la primera mitad de Nocturama Bonello opera de manera muy similar pero más original. Durante casi 50 minutos se construye una coreografía mediante la edición, que va y viene en el tiempo para mostrar dónde está cada participante de lo que poco a poco se va entendiendo como un acto subversivo. Así como en el cubismo se encima el espacio, en Nocturama se dobla sobre sí mismo, junto con el tiempo, para generar una impresión de simultaneidad. A veces regresamos en el tiempo a puntos que se ubican meses atrás, y es a partir de ellos que se da a entender por qué vemos jóvenes tan distintos coordinándose para un ataque con bombas.

En una escena dos protagonistas conversan en un café sobre el golpe de Estado en Chile que impuso a Augusto Pinochet; otros más, en un tiempo y espacio distinto, hablan sobre la dificultad de conseguir empleo. Pareciera que sus acciones responden a la crisis capitalista de los 2010 pero sus motivos se disfrazan en la ambigüedad. En otra escena vemos a todos reunidos en lo que parece la noche antes de su acción subversiva y de repente Bonello introduce un momento tan inusual que la realidad pareciera desmoronarse. El grupo comienza a bailar en un trance que parece pereza. Los cuerpos apenas si se mueven de sus lugares pero se menean como torres en un temblor. ¿Están drogados todos? No lo sabemos. ¿Es esto verosímil? Para nada. Apenas unos minutos después de esta extraña escena comienza la noche, y con ella una especie de sueño.

Atravesado el umbral del día, el grupo se esconde en una tienda departamental. Tal vez en una película de Assayas o de Paul Greengrass veríamos la decisión más práctica de separarse, pero Nocturama es una expresión de una consciencia más abstracta. Bonello reúne a sus personajes en lo que parece un purgatorio capitalista donde se ven tentados a abandonar sus ideales, cualesquiera que sean, o quizás a encontrarse genuinamente con ellos al apropiarse de admirables objetos: zapatos, bocinas, vinos de calidad. Pareciera que Nocturama nos presenta la insurrección como ligada a la juventud, y la juventud ligada al deseo. Es una idea un tanto reaccionaria pero es una crítica pertinente ante el pragmatismo de un Fidel Castro, que empezó como un joven anticomunista y acabó concentrando todo el poder.

Esta noción del deseo es la que me remite al cine de Luis Buñuel. Por supuesto que parece haber una referencia al Ángel exterminador en el hecho de que los jóvenes se concentran en un lugar del que no pueden salir, y, claro, su celebración, a cada hora más desconcertante, sugiere la invasión de los pobres en Viridiana, pero la absoluta impotencia de estos personajes me recuerda a los burgueses en las películas de Buñuel, que nunca obtienen lo que quieren. Los jóvenes de Bonello aspiran a una abstracción —¿libertad, empleo, cambio, riqueza? No sabemos— pero ante el ideal se impone el deseo. El resultado, desafortunadamente, es fugaz y estéril. Una imagen magnífica lo resume: uno de los jóvenes, maquillado y aplaudido por simular una interpretación de “My Way”, comienza a masturbar un maniquí. El cuerpo sintético es maravilloso pero también es falso e inmóvil, como una revolución inconclusa que acaba en fiesta consumista. Nocturama es una imagen de nuestras contradicciones, que se resuelven en la tragedia del deseo.

Nocturama está disponible en Netflix: https://www.netflix.com/bn/title/80144455

Twitter:@diazdelavega1

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