El amor de madre es un concepto usualmente tierno. “Suave”, dice el eslogan de un suavizante de telas, “como el amor de mamá”. En el ideario popular la madre es cuidadora, dadora de vida: amorosa nube. Sin embargo, como todas las narrativas populares, el estereotipo de amor maternal es sólo un vislumbre de lo que la realidad nos ofrece. Los buenos modales (As Boas Maneiras, 2017), de Juliana Rojas y Marco Dutra, no se aleja de esta idealización pero la renueva con su narrativa donde la madre no es la madre y el hijo es, literalmente, un monstruo. El amor de madre, biológica o no, es tan infranqueable que culmina en la complicidad con la muerte y ayuda a la película a pintar un original retrato de la diferencia y sus aliados.

No quisiera decir que Los buenos modales posee una complejidad inédita en su representación de lo que las sociedades más conservadoras consideran lo otro: la homosexualidad, la negritud, la pobreza. En realidad, la película se pasa más tiempo construyendo el placer narrativo y compendiando algunos de los géneros cinematográficos más desdeñados por el ideal elitista de la alta cultura. Quizá sea ahí donde más encontramos el aprecio de Rojas y Dutra por lo marginal; sin embargo, en la trama nos topamos también con temas sociales que, en la inmensa naturalidad con que son tratados, reflejan la actitud ideal de una sociedad incluyente: la indiferencia. No me refiero, claro, a la apatía de quien ve la discriminación y no hace nada al respecto, sino a la neutralidad con la que deberíamos percibir la orientación sexual, el color de piel o la clase social. En ese sentido, Los buenos modales pertenece al tipo de cine brasileño que —sin saberlo, porque se estrenó en 2017— contradice el discurso de Jair Bolsonaro y que, por ese solo acto, se hace abiertamente combativo.

Ya el título alude al contraste de la protagonista con la mujer que amará. Clara (Isabél Zuaa) es una enfermera negra que comienza a trabajar como niñera en el lujoso departamento de Ana (Marjorie Estiano), una mujer blanca. La primera escena muestra la entrevista en la que Clara obtiene el trabajo no por su currículum —sus empleos anteriores no tienen mucho que ver con las necesidades de Ana— sino porque logra que Ana se alivie de un fuerte espasmo provocado por el bebé que lleva en el vientre. A lo largo de la película el contacto entre los cuerpos —superficialmente distintos todos— crea vínculos o nos los recuerda en planos donde no se busca lo sublime o lo subversivo sino lo afectivo.

Conforme se empiezan a conocer, Ana reflexiona sobre sus modales aristocráticos y le cuenta a Clara su historia: después de resultar embarazada de un hombre que no era su prometido, su padre la desterró al apartamento donde vive. El ostracismo es tal, que en una boutique una conocida la ignora. En cambio, Clara, que viene de un barrio pobre en las afueras de la moderna ciudad de São Paulo, le entrega ternura a Ana desde su primera escena juntas. Lo que no sabemos sino hasta una noche cuando Clara sale a un bar es que ella es lesbiana. A diferencia de muchas otras películas con personajes lésbicos —el ejemplo clásico es La vida de Adèle (La vie d’Adèle, 2013)—, es que en Los buenos modales esto no resulta de consecuencia alguna, es decir, nadie discrimina a Clara ni su historia se enfoca en el dolor de ser distinta porque, simplemente, no lo es, y mucho menos para Ana, que un día descubre cuánto le atrae Clara y se hace su amante. Vale la pena subrayar que su único encuentro sexual a cuadro no es un exótico y excitante rato de placer para el espectador masculino, sino un tierno contraste de colores de piel donde los cuerpos forman un todo amoroso.

Probablemente muchos espectadores esperen a continuación una historia sobre cómo dos mujeres distintas se enfrentan juntas a una sociedad que lincha cuanta cosa rete su uniformidad. Esto último sucede, pero por razones muy distintas de las que plantea la primera mitad de Los buenos modales: resulta que en su vientre Ana no lleva un bebé humano. Cuando un doctor hace un ultrasonido, su descripción de la criatura nos remite a una fábula clásica. El bebé, dice, tiene ojos grandes, boca grande, manos grandes. Sus palabras bien podrían ser las de la Caperucita Roja cuando se encuentra con el lobo disfrazado de su abuela.

En una secuencia compuesta por dibujos, Ana le cuenta a Clara la extraña historia de cómo un hombre lobo la sedujo y la embarazó, y entonces su violento sonambulismo adquiere sentido. A partir de este punto toda impresión de romance con consciencia social se pandea y la película comienza a comportarse de manera más juguetona: naíf. Cuando nace el lobezno, Clara se encuentra con una criatura animatrónica que le repele tanto como le enternece. En la calle una mujer comienza a cantar sobre el peligro de conservar al pequeño monstruo. De esta manera, Rojas y Dutra expresan el cine como un juego sorprendente donde la irrealidad triunfa, y el espectador, pasmado, puede irse o aceptar el sueño que se construye en la pantalla.

A partir de esta segunda mitad se introduce el amor de madre en lo que pareciera una trama nueva sobre el deseo de integración de un niño diferente. Joel (Miguel Lobo) debe esconderse en una habitación secreta durante las noches de luna llena, lo cual le impide convivir con amigos, pero quizás esto sea una sustitución simbólica de su familia homoparental, es decir, en una sociedad como la brasileña, ser hijo de dos mujeres significa ser un monstruo. Clara, su madre por elección, es incapaz de percibir la fealdad de su hijo o de sus actos bestiales y prefiere esconderlo cuando sea necesario. Mediante secretos y prohibiciones ella expresa su amor y su protección, pero también a través de su cuerpo.

Recién nacido, el hombrecito lobo se amamanta del pecho de Clara y la muerde; la sangre embarrada en ambos es una especie de unción que significa su nueva familia. En otro momento conmovedor, Clara desencadena a Joel, transformado en lobo, en el cuarto secreto. Acechados por una sociedad furiosa, la madre y el hijo se toman de la mano. Una le había impuesto al otro una vida de restricciones; el otro se había rebelado y en la desobediencia encontró la tragedia, pero en este momento ya no pueden hacerse daño porque se han perdonado. Juntos se enfrentarán al mundo.

Los buenos modales está disponible en MUBI: https://mubi.com/es/films/good-manners

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