El discurso inaugural de Donald Trump es un texto brutal. El hombre naranja se victimiza: “he sido desafiado más que cualquier presidente en los 250 años de historia de Estados Unidos” y Dios lo salvó del atentado que sufrió “para hacer grande a América otra vez”.
La visión imperialista y la fobia antimexicana están presentes desde los primeros párrafos. Para repeler la “desastrosa invasión” a su país declara una emergencia nacional en su frontera sur: “Se detendrá inmediatamente toda entrada ilegal y comenzaremos el proceso de devolver a millones y millones de extranjeros criminales a los lugares de donde vinieron. Reinstauraremos mi política de permanecer en México...” Y, como lo había anticipado, anuncia la designación de los cárteles como organizaciones terroristas extranjeras, lo que le permitirá utilizar “todo el inmenso poder de las fuerzas del orden federales y estatales para eliminar la presencia de todas las bandas y redes criminales extranjeras”.
El discurso de Trump es de una dureza equiparable al de Teodoro Roosevelt y su big stick o al de James Monroe y su “destino manifiesto”. El imperialismo que floreció en el siglo XIX está de regreso. Otra vez, la expansión territorial que pretende anexar a Groenlandia, recuperar el control del canal de Panamá y convertir a Canadá en el estado 51.
Las bravatas de la campaña resultaron directrices y acciones del gobierno que inicia que lastiman la dignidad y los intereses de México y los mexicanos. Para proteger a los trabajadores y a las familias estadounidenses “en vez de enriquecer a otros países”, Trump anuncia que impondrá aranceles y gravámenes. Todo esto es majadero, injerencista, pero la burra no era arisca, México y su gobierno no pueden deslindarse de acciones y omisiones que han tenido dañinos impactos sobre su vecino del norte.
Al perder el monopolio de la violencia, el Estado mexicano ha dejado en manos del crimen organizado franjas enteras del país y jirones de nuestra soberanía; en muchos territorios no manda el pueblo ni sus representantes, sino los jefes de plaza.
La tolerancia con las bandas criminales ha tenido efectos perniciosos en Estados Unidos, lo mismo que la laxitud en nuestra frontera sur, cuyo control está ahora en manos de cárteles. La realidad le impone al gobierno de la presidenta Sheinbaum fortalecer las capacidades institucionales, restablecer los convenios con las agencias de inteligencia norteamericanas, mostrar que el combate a los cárteles de la droga va en serio y sellar la frontera sur.
Las condiciones tan adversas que enfrenta el país deberían constituir el incentivo para emprender una audaz política de desarrollo que supere las condiciones de atraso que persisten en muchas regiones del país, lo que reclamaría un gran acuerdo nacional de todas las fuerzas políticas, empresarios, organizaciones sindicales, iglesias, instituciones académicas y centros de pensamiento; se trataría de atender las causas estructurales de la pobreza, arraigar a la gente a sus comunidades y convertir la debilidad en fortaleza.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate