El hombre naranja se parece mucho al Señor de Palenque, aunque con algunas diferencias: mientras el mexicano repudia la violencia, Trump está sediento de sangre; al igual que Andrés Manuel es megalómano, se cree infalible y no tiene contrapesos institucionales, ni siquiera consejeros o miembros de su gabinete que se atrevan a contradecirlo.
En su delirio de convertir a Estados Unidos —un imperio declinante— en un poder situado por encima de los otros, Trump ha vuelto a empuñar el gran garrote de Teodoro Roosevelt y está decidido a instaurar una dictadura constitucional.
Pero Trump sería solo un caso para el diván de no ser porque la mayoría de los electores estadounidenses lo convirtió en presidente de la todavía mayor potencia planetaria. ¿Cómo explicar que esos electores hayan votado por un personaje notoriamente chiflado?
Antes de la elección un grupo de 225 psiquiatras publicó, en The New York Times, un desplegado ofreciendo su diagnóstico: “padece un trastorno de personalidad: narcisismo maligno”. Sin embargo, un electorado ignorante y cargado de resentimientos, le ha entregado un poder incontestable, entonces, más allá de las evidentes patologías de Trump hay que poner el foco en las propias de millones de norteamericanos que han hecho presidente a un oligarca, depredador sexual y racista que anuncia su intención de recuperar el control del canal de Panamá, de comprar o anexar Groenlandia y de convertir a Canadá en el Estado 51 de la Unión Americana.
Dice Trump que en México mandan los cárteles de la droga y anuncia su decisión de declararlos organizaciones terroristas y de ordenar operaciones militares dentro de nuestras fronteras; su aversión a nuestro país lo lleva a declarar que cambiará el nombre del Golfo de México por Golfo de América. Todo esto es demencial y frente a estos riesgos descomunales ¿qué está haciendo el gobierno mexicano?
Hasta ahora, las respuestas de la presidenta Sheinbaum han sido zigzagueantes. Por una parte, la invocación patriotera (“más si osare un extraño enemigo”) y la amenaza de responder golpe por golpe (arancel con arancel), lo que parece ignorar la enorme asimetría entre las dos naciones y, por la otra, el realineamiento en los hechos con una estrategia de seguridad que confronta a los criminales, los golpes al comercio ilegal chino y el Plan México.
Este es un momento para que el gobierno mexicano convoque a su “cuarto de guerra” a algunos de los diplomáticos en activo y en retiro más sagaces y experimentados como Martha Bárcena, Bernardo Sepúlveda, Miguel Ruiz-Cabañas y Julián Ventura, entre otros, a los que deberán sumarse psiquiatras que estudien el comportamiento de Trump, porque no le alcanza con Juan Ramón de la Fuente, un timorato, y Marcelo Ebrard, el mismo que al decir de Mike Pompeo y Jared Kushner los sorprendió al doblarse tan pronto.
Es la hora de la diplomacia. Una clase política de cuarta, apta para las bravatas, el clientelismo y la movilización callejera, no tiene nada que hacer en este complejo escenario.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate