Hubo un tiempo en el que los narcos no se metían en las elecciones, de hecho coexistían con la comunidad, pero cada uno estaba en lo suyo. Sin embargo, en la medida en que el crimen organizado logró imponer su ley en un territorio, expandió sus actividades: ya no se trataba solo de proteger la rutas para el trasiego de la droga, sino de incursionar en otros negocios ilícitos: la extorsión, la trata de personas, el secuestro, la distribución de las drogas… Ante la ausencia de las instituciones, las comunidades empezaron a experimentar una pax narca que solo se interrumpía cuando un nuevo grupo criminal entraba a disputar el control de la plaza.
Aunque México ya había conocido la injerencia criminal en las elecciones (en 2010 fue asesinado el candidato a gobernador de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú), las elecciones intermedias de 2021 exhibieron como nunca antes la presencia grosera, cínica, del crimen organizado que en algunos casos pudo ser determinante en el resultado electoral, sobre todo en la franja del Pacífico, donde el Cartel de Sinaloa apoyó a los candidatos de Morena. Hoy mismo, en distintas regiones del país gobiernan alcaldes y, quizás, gobernadores que se la deben a un grupo criminal.
¿Cómo se desarrollará el proceso electoral del año próximo en regiones y comunidades dominadas por los criminales, con candidatos intimidados que, por las buenas o las malas, se bajarán de la contienda o aceptarán el patrocinio o la “protección” del cártel dominante?
En estos días se anuncia que un grupo de élite del Ejército tendrá a su cargo la seguridad de los aspirantes presidenciales; mientras que Omar García Harfuch, que ya sufrió un atentado criminal, se transporta en una camioneta —“verdadera fortaleza rodante”— con nivel 7 de blindaje.
El Instituto Nacional Electoral tiene identificados los puntos de mayor conflictividad por la presencia de grupos criminales, sin embargo, no es mucho lo que puede hacer. Los servicios de inteligencia civiles y militares y todas las corporaciones policiales deben mantenerse en alerta, pues un atentado criminal sumiría al país en una crisis de desconcierto e ingobernabilidad.
El domingo pasado la jornada electoral en Ecuador estuvo marcada por el miedo. El 9 de agosto había sido asesinado Fernando Villavicencio —candidato presidencial del Partido Movimiento Concertación—, ácido crítico a los poderes institucionales y fácticos. Tanto el candidato triunfante, Daniel Noboa, como la derrotada Luisa González, acudieron a votar con chalecos antibalas y durante la jornada se desplegaron unos cien mil soldados en todo el país. ¿Un anticipo de lo que veremos aquí en los próximos meses? ¿Ya llegamos a esto?
México conoció ya el crimen de un candidato presidencial cometido por “un asesino solitario” ¿Irrumpirá en este proceso el crimen organizado para perturbarlo todo?
Las elecciones se inscriben en un escenario convulso y cargado de odios, vivimos la peor violencia de la que se tenga registro, una disputa en la que todo se vale, y a ese escenario se agrega un ingrediente amenazador: el comportamiento indescifrable, demencial, del crimen organizado.