No imagino un dolor más grande que la pérdida de un hijo, una aflicción que es mayor en la medida en que hay más recuerdos compartidos, más vivencias. Algunos padres parecen superar esa ausencia con el paso de los años, pero a otros les deja un pesar que no termina; recuerdo a mi madrina Evangelina que, desde la muerte de su hijo menor, mi primo hermano Jorge, no conoció alegría, pasaban los años y su casa seguía ensombrecida por la ausencia de ese hijo que murió cuando estaba a punto de cumplir dieciocho años.
En “Ojos que no ven”, la ópera prima de Alfonso Zárate, el núcleo de la trama —un poderoso guion de la autoría del propio director y de su compañera Sandra Flores— recupera la experiencia brutal que deja la repentina pérdida de un hijo y los desarreglos que genera en la mente de la madre, y en la propia pareja porque irremediablemente aparecen la tristeza, la angustia... las culpas.
La aclamada actriz Arcelia Ramírez (Elena en la cinta) logra transmitir la desolación, la amargura y la convicción de que, sin su hijo, nada tiene sentido. Después de un intento fallido de quitarse la vida y tras dejar el hospital psiquiátrico, se ocupa como bibliotecaria en una escuela primaria.
Pero está también la angustia de otra madre, Andrea (protagonizada por Fernanda Castillo), que no entiende por qué alguien ha sido capaz de arrebatarle a su pequeño; que sabe que no podría vivir sin Matías porque no solo es su compañero de vida, es todo para ella, y la angustia crece al saber que está en manos de una mujer trastornada.
Impecable también la actuación de Flavio Medina (Tomás), el padre que creyó que había logrado procesar la pérdida de su hijo y que es capaz de expresar con sus miradas, solo con sus miradas, las emociones que le remueve esa experiencia; y está Matías, el niño que sufre su propio duelo en un medio escolar que le resulta hostil. En “Ojos que no ven” ese niño, interpretado espléndidamente por Matías López, es el centro del juego alucinante que construye la mente doliente y perturbada de Elena.
Conforme avanza la trama, los distintos momentos de suspenso van dejando al espectador en tensión, una sensación que crece ante lo que parece anticipar la indescifrable conducta de Elena.
“Ojos que no ven” nos toca muchas fibras porque, de una forma o de otra, todos hemos estado cerca de experiencias como la que descubre con sobriedad y lucidez esta obra de Alfonso Zárate.
Posdata
Tenía apenas ocho años ese niño cuando escribió su primer cuento, Space eagle; me asombró el argumento y la narración —por cierto en un idioma que no era el propio—, pero entendí que se podía explicar por su pasión por la lectura y una sensibilidad a flor de piel. Hoy, aquel niño es un hombre que está cumpliendo su sueño: ser director de cine y sus padres no podríamos estar más orgullosos.