En memoria de Carlos Urzúa, mexicano ejemplar.
México está en peligro, lo advierten algunas de las voces más lúcidas del país como las de José Woldenberg, Enrique Krauze y Roger Bartra.
México está en peligro y por eso el domingo pasado —como lo ha hecho recientemente—, otro México emergió, un país que ha ido observando con preocupación y azoro la rendición del Estado ante los criminales y la demolición de las instituciones democráticas.
En el Zócalo, corazón del país, las autoridades decidieron “proteger” Palacio Nacional con vallas metálicas (“para que no entre la democracia”, advirtió María Amparo Casar), mientras el asta bandera se erigía sin la bandera monumental, pero en su lugar decenas de banderas se agitaban a ras de ese suelo, en esa plancha que ocupaban miles de adultos mayores, algunos con bastón y hasta en silla de ruedas.
En 1968, por primera vez, los jóvenes estudiantes le expropiaron el Zócalo al Presidente de la República Gustavo Díaz Ordaz. La economía marchaba bien, lo mismo que el empleo, pero el tema era otro: la asfixia de las libertades. El Ejército (“pueblo uniformado”, le llama López Obrador) ya había irrumpido en la Universidad de Sonora y en la de Michoacán; Demetrio Vallejo, Valentín Campa y otros líderes opositores llevaban diez años en prisión, era el país de los medios silenciados y las unanimidades forzadas. Hoy, otra vez, como hace 55 años, cientos de miles de mujeres y hombres ocupan las plazas en las principales ciudades del país, otra vez, en defensa de la democracia.
Sin embargo, para López Obrador (también para Claudia Sheinbaum), quienes se congregaron en el Zócalo representan la anti patria, son los hipócritas, simuladores que quieren que regresen los corruptos, aunque cada día que pasa son más las evidencias de la corrupción en su gobierno y en su familia (Segalmex, las asignaciones directas de contratos multimillonarios, la opacidad, la multiplicación de las fortunas de los que ya eran muy ricos y el enriquecimiento de los amigos de sus hijos). Los que se decían moralmente superiores muestran la misma voracidad de quienes los antecedieron.
Unas horas más tarde, la doctora Sheinbaum acudió al INE a registrarse como candidata presidencial. En su discurso —y sin que le ganara la risa—, el gerente de Morena, Mario Delgado, dijo que con López Obrador se acabó el dedazo, que renunció a la facultad de escoger a su sucesora.
El discurso de Claudia Sheinbaum —una colección de frases manidas—, ofrece los trazos de un país que solo existe en su mente. No hay el más insignificante aporte, todo es la continuidad: de la estrategia fallida de seguridad del país que ha empoderado a los criminales, de las extorsiones, los asesinados y los desaparecidos; la continuidad del proyecto obradorista que privilegia el petróleo sobre el agua, de sus obras incosteables, de un sistema de salud maltrecho, de su obsesión por derruir o secuestrar a las instituciones democráticas.
Lo que se expresó el domingo fue una sociedad vibrante, el otro México que le dice de frente a la clase gobernante: “no son dueños del país.”