Para Carlos Loret, por su lucidez y su valentía.
El viernes 23 de febrero, durante su conferencia mañanera, el Presidente respondió a las preguntas de la reportera de Univisión, Jésica Zermeño, diciendo que por encima de la ley está su autoridad moral y política, una frase que recuerda esta otra: “no me vengan con eso de que la ley es la ley” o aquella de que cuando hay una contradicción entre la ley y la justicia, hay que optar por la justicia. Nada nuevo, pues.
En su alegato se lanzó contra los medios y los periodistas que, denunció, “se sienten bordados a mano, como una casta divina” y defendió su decisión de mostrar el número telefónico personal de la reportera del New York Times, violando la Ley de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales.
Como subrayan las plumas al servicio del poder, en el reportaje de Alan Feuer y Natalie Kitroeff, el texto reconoce que el gobierno norteamericano nunca abrió una investigación formal a López Obrador, y que los funcionarios que estaban haciendo la indagatoria al final la archivaron, pero lo relevante no es que se haya cerrado la investigación, sino las razones para haberle dado carpetazo: “Concluyeron —dice el reportaje—, que había poca disposición en el gobierno estadounidense para rastrear acusaciones que pudieran implicar al líder de uno de los principales aliados del país…”
Una explicación realista, porque en esta coyuntura político-electoral en la que está en juego la reelección del presidente Biden o el regreso de Trump, el factor México tiene una importancia singular. Biden necesita llevar la fiesta en paz con López Obrador porque para hacer más intrincada la agenda bilateral, están dos temas que interpelan la seguridad nacional de la mayor potencia planetaria: la contención de los migrantes que buscan entrar a Estados Unidos y el fentanilo.
La relación del Presidente con los medios críticos ha sido permanentemente conflictiva, baste recordar lo que dijo el lunes 15 de abril del 2019: “…creo que ustedes no solo son buenos periodistas, son prudentes, porque aquí les están viendo y si ustedes se pasan pues ya saben, ¿no? Lo que sucede, pero no soy yo, es la gente”.
Un día tras otro, López Obrador dice cosas que escandalizan y lastiman la investidura. A este hombre no lo trastornó el poder ni la Silla del Águila, los síntomas de sus delirios de grandeza estaban presentes desde muy temprano como cuando rindió protesta como “presidente legítimo”.
¿Fue un reportaje flojo el del New York Times? Sin duda. Pero no hay que ignorar que a este texto, como al de ProPublica y otros medios internacionales seguirán otros del propio Times o de otros medios con datos duros que quizás revelarán alguna de las maneras con que Andrés Manuel, su familia y su movimiento subsistieron a lo largo de tantos años y que podrían explicar algunas de las razones detrás del trato complaciente a los criminales.