Personifican tres generaciones, pero también tres momentos relevantes de la historia reciente de México. El primero fue el general de división Marcelino García Barragán, el segundo Javier García Paniagua y el tercero Omar García Harfuch.
García Barragán fue gobernador de Jalisco, pero la historia lo recuerda, sobre todo, por haber sido el secretario de la Defensa Nacional del presidente Gustavo Díaz Ordaz y uno de los protagonistas del año terrible de 1968.
En sus apuntes sobre aquel año (Parte de guerra: Tlatelolco 1968), García Barragán señaló, sin titubear, la responsabilidad criminal en los hechos del 2 de octubre, en la Plaza de las Tres Culturas, del general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial y de su superior, el presidente Díaz Ordaz. ¡Desde la Presidencia de la República se ordenó que oficiales del Estado Mayor ubicados en el edificio Molino del Rey dispararan contra los estudiantes! Pero, ¿cuál fue el papel de García Barragán y quién decidió enviar soldados con bayoneta calada a irrumpir en una concentración pacífica de estudiantes?
Hijo predilecto y una suerte de secretario particular para su padre, Javier García Paniagua fue, de 1976 a 1978, titular de la temible Dirección Federal de Seguridad (DFS). Eran los días de la “guerra sucia” y de la Brigada Blanca que, integrada por militares, policías judiciales y agentes de la DFS, resultó un “aparato de terrorismo de Estado” (Jorge Carrillo Olea dixit): como había ocurrido en Argentina, cientos de “subversivos” fueron arrojados al mar.
García Paniagua fue dos veces secretario de Estado y presidente del PRI. En 1981 estuvo a punto de convertirse en presidente de la República. José López Portillo reveló en sus memorias que, en la víspera de resolver su propia sucesión, solo había dos aspirantes serios: Javier García Paniagua y Miguel de la Madrid, y explicó que si “se desordenara el país por la crisis económica y se necesitara una mano de fuerte y sabia raíz popular”, escogería a Javier García Paniagua, o bien, a Miguel de la Madrid “para el caso de que la expresión crítica fuera fundamentalmente financiera”.
Portador de los mismos genes, de hombres bragados (basta recordar la entereza con la que respondió al atentado criminal en Paseo de la Reforma), Omar García Harfuch se ha formado dentro de las instancias responsables de la seguridad pública y nacional: llegó a ser coordinador estatal de la Policía Federal en el estado de Guerrero en los días en que Iguala estaba convertido en un narco-municipio; fue titular de la Agencia de Investigación Criminal de la PGR y hasta hace unos días secretario de Seguridad Ciudadana en la capital de la República (Claudia lo ha llamado “el mejor policía de México”). Ahora, como lo estuvo su padre, está en la ruta para incursionar en una arena eminentemente política y de enorme complejidad: disputar la jefatura de Gobierno.