Hoy los militares están en todo, o en casi todo: en la seguridad pública y en la construcción del aeropuerto Felipe Ángeles, del Tren Maya y de sucursales del Banco del Bienestar; están en el control de puertos y aeropuertos y estarán en la nueva línea aérea, sin embargo, los cuantiosos recursos públicos asignados a las Secretarías de la Defensa Nacional y de Marina, se manejan con opacidad.
Por si no fuera suficiente, el Ejército también dispone del software Pegasus y de lo que fue la Plataforma México, un instrumento de alta tecnología al servicio de la inteligencia anti criminal y, como ha sido evidenciado, los utilizan ilegalmente para espiar a sus críticos.
Pero existe la otra cara de la moneda: la tropa, los soldados que acuden con generosidad y entrega a las zonas de desastres, que están desplegados en distintos puntos de la República para atender tareas de seguridad pública en territorios dominados por delincuentes que extorsionan, torturan y asesinan, pero con la instrucción de no hacer uso de la fuerza legítima, de aguantar vejaciones e insultos; están los soldados que son humillados por sectores de la comunidad que protegen a los huachicoleros.
De esto habló la marcha que el domingo pasado realizaron en la Ciudad de México y en otras ciudades, militares en activo y en retiro con sus familiares y amigos, apenas una pálida muestra del coraje que experimentan muchos soldados. La estrategia de “abrazos, no balazos” los pone en una situación de vulnerabilidad que en muchos casos los ha llevado a la muerte, con razón en una de las cartulinas se leía: “En memoria de los militares que murieron en espera de una orden de disparo que nunca llegó”.
En su intervención, Rosalío López, vocero de los manifestantes, pidió no dejar que las personas que delinquen y causan daño al pueblo y al Ejército mexicano, estén por arriba de los soldados mexicanos y los derechos humanos.
En el acto en pleno Zócalo, también habló Paulino Jiménez Hidalgo, general retirado que recordó que la lealtad de los soldados es al pueblo mexicano: “El Ejército no jura lealtad al comandante supremo. Los soldados juramos bandera ante nuestra insignia patria y juramos respeto a la Constitución”. Sin embargo, el presidente se atreve a decir que esa marcha no tuvo propósitos justos ni sanos y que detrás de ella podría estar la delincuencia organizada. A la ofensa se suma el insulto.
Posdata
En su obra No siembro para mí, biografía de Adolfo Ruiz Cortines, Miguel Alemán Velasco transcribe este tramo de una conversación del ex presidente con Humberto Romero, su jefe de prensa: “...la palabra presidencial debe ser muy pesada, muy meditada, muy analizada, muy bien dicha, muy de vez en cuando y con un sentido definitivo, porque tiene una gran importancia. La palabra presidencial debe ser escuchada con mucha atención por todos y tomada verdaderamente en serio y, sobre todo, que sea la última que se tenga que decir sobre la vida política y constitucional del país”.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate
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