Hace casi 30 años en Los usos del poder (Raya en el Agua, 1995) exploré las variables que parecían explicar la manera en que se resolvía la sucesión en aquellos días cuando el Presidente ejercía la facultad metaconstitucional de escoger a su sucesor (Carpizo dixit). A partir de los testimonios de los propios expresidentes, de las revelaciones de personajes cercanos al poder y de distintos estudios sobre la sucesión presidencial, identifiqué las más importantes variables. Hoy, otra vez, el presidente, como encarnación del pueblo, se erige en El Gran Elector.
La primera variable —no necesariamente la principal— es la continuación o la consolidación del proyecto y, bajo esa lógica, Álvaro Obregón escogió a Plutarco Elías Calles; Manuel Ávila Camacho a Miguel Alemán; Adolfo Ruiz Cortines a López Mateos y Miguel de la Madrid a Carlos Salinas de Gortari. Con ello en mente, López Obrador escogerá a quien, en su opinión, le garantice la consolidación de la Cuarta Transformación, cualquier cosa que esta sea.
La segunda clave es la protección a su vida e intereses y a los de su familia. Una vez despojado del blindaje que acompaña al titular del Poder Ejecutivo, el expresidente queda a merced de sus enemigos, por eso necesita como heredero a quien quiera y pueda protegerlo.
La preservación de la gobernabilidad es otra variable esencial, quizás por ello el general Cárdenas optó por Manuel Ávila Camacho en vez de su “muy querido amigo” Francisco J. Múgica, cuyo radicalismo —reconoció en sus apuntes— habría de enfrentar una oposición que podría llevar incluso a una fractura violenta. Con su moderación y sus muchos amigos en el Ejército, Ávila Camacho garantizaba la gobernabilidad, lo que exige reconocer el veto o las resistencias a una eventual candidatura por parte de los poderes fácticos.
Además de estas variables, para la elección de 2024, Andrés Manuel López Obrador tomará en cuenta la honestidad, la austeridad y la sencillez del candidato, porque desprecia a quienes se mueven en camionetas de lujo y se rodean de ayudantes que hasta les cargan el portafolio, a quienes llama fantoches.
Deberá escoger, también, a un candidato con las menores vulnerabilidades, que pueda resistir el golpeteo del proceso electoral y con la capacidad para defender el proyecto y cuestionar a sus adversarios.
Además de la protección para él y su familia, López Obrador escogerá a alguien que, como él, profese una devoción por el pueblo, y privilegiará la lealtad (la obediencia ciega), lo que podrá llevar al intento de reeditar un Maximato.
En los tiempos gloriosos del PRI, no importaba si el candidato era carismático, como Adolfo López Mateos, o notoriamente feo, como Gustavo Díaz Ordaz, la maquinaria partidista y el poder del Estado garantizaban su triunfo. Pero ahora, cuando los votos cuentan y se cuentan, será necesario que el elegido tenga la capacidad para conectar con el electorado; a un candidato frío y lánguido no le bastará el endoso de la popularidad presidencial.
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