Frente al desafío de la marcha ciudadana del 27 de noviembre, la consigna fue terminante: vamos a dejar un testimonio rotundo, que no tenga precedente, del amor del pueblo al hombre indispensable.
Sus apóstoles propusieron: “Ni la entrada de Madero a la Ciudad de México, ni la Marcha del Silencio en 1968, menos aún la de los corruptos, nuestra marcha tiene que ser como un formidable orgasmo colectivo que nunca nadie pueda replicar”. El pueblo agradecido —predijeron— se volcará en un torrente humano hasta colmar el Paseo de la Reforma y desbordar el Zócalo.
Los servidores de la nación recorrieron las colonias y los barrios llamando a la gente a acudir a la marcha, los sindicatos amigos organizaron la participación de sus agremiados, los líderes de los comerciantes informales también, para garantizar la permanencia de sus permisos. Propaganda en el Metro, volantes sobre los parabrisas de los coches, mantas en los puentes, tortas, tamales y cash... una operación de Estado, todo un ejército movilizado con un mensaje intimidatorio: que no les quepa duda, en 2024 haremos lo que tengamos que hacer para retener el poder. Al diablo las vacilaciones: son ellos o nosotros.
La del domingo pasado fue la marcha de los agradecidos. Aunque se trata de un gobierno inepto, de malos resultados en lo que debería importar a la sociedad: faltan medicinas y el sistema de salud vive su peor momento, la delincuencia desbordada asesina mujeres y niños, se pretende convertir a las escuelas en formadoras de cuadros, se están destruyendo instituciones, desapareciendo y vaciando fideicomisos, para mantener las subvenciones están chingándose todos los “guardaditos” que habían dejado los gobiernos anteriores, pero en lugar de denunciar esos actos demenciales que dejarán una hacienda pública desfondada, la gente, mucha gente, le profesa una devoción a la que nada conmueve: es en esa condición que no son los desposeídos, sino los poseídos por el embrujo maligno del demagogo.
Todo ese apego se explica en gran medida por las pensiones, la de los viejos, las de los jóvenes becarios, la de los discapacitados. No les perturba el desgobierno si reciben su dinerito y Andrés les endulza el oído todas las mañanas. ¡De ese tamaño es la educación democrática de anchas franjas de nuestro pueblo!
Pero fue también la marcha del berrinche, del rencor y la intimidación, del “tengan para que aprendan”. La marcha de los de abajo, de los resentidos y de los del pase de lista… Bueno, hasta marchó Jesucristo, según anticipó el padre Solalinde, el mismo que observa en Andrés Manuel rasgos de santidad.
Tiene razón Emilio Álvarez Icaza, estamos ante el mayor acarreo de la historia.
Posdata
Y en el Zócalo, codeándose con uno de los hijos del presidente, los máximos representantes del empresariado corporativo: Antonio del Valle, del Consejo Mexicano de Negocios (los “dueños de México”) y su gerente, Francisco Cervantes, del CCE. Cómo cambian los tiempos: en el pasado, frente a un gobierno arbitrario y nefasto, los empresarios, encabezados por Manuel J. Clouthier, se fajaron los pantalones, hoy se los bajan.