La narrativa de Andrés Manuel López Obrador jugó un papel crucial en la cimentación de sus bases sociales. “El pueblo me quiere, pero yo quiero más el pueblo”; “es tonto el que cree que el pueblo es tonto”; “yo me arrodillo donde se arrodilla el pueblo”; “yo ya no me pertenezco, le pertenezco al pueblo”...

Para encubrir su decisión de no tocar a los criminales, soltó otra de sus frases memorables: “Abrazos, no balazos”. La rima encubría una decisión atroz: la de no tocar a los criminales; así, a lo largo de su mandato, se extendió la mancha delincuencial.

Con gran ingenuidad o simpleza, Andrés Manuel imaginó que el reparto de dinero a los jóvenes los apartaría de la tentación de sumarse al crimen organizado. “Becarios, no sicarios”, proclamó. ¡Genial! ¿Por qué a nadie se le había ocurrido?

Los jóvenes inscritos en el programa reciben un apoyo de 8,480 pesos mensuales, seguro médico del IMSS y capacitación profesional. Se privilegia a los muchachos que viven en zonas con alto rezago social o inseguridad, solo hay un pero: los ingresos de un halconcito, que tiene la misión de alertar sobre la aproximación de gente extraña o de vehículos de las fuerzas públicas, pueden llegar a 15 mil pesos mensuales y lo mejor es que de allí pueden saltar a posiciones más lucrativas: distribuidor de drogas, sicario y más allá.

Para los grupos criminales los muchachos son desechables. Si los detienen pasarán por algún centro de internamiento para menores y regresarán más experimentados (esos centros, como las cárceles, son escuelas del crimen), pero si los matan, son reemplazados de inmediato. Víctor Manuel Ubaldo Vidales, el adolescente que asesinó al alcalde Carlos Manzo, es uno de tantos que hizo caso omiso de la oferta gubernamental.

En “El Infierno”, Luis Estrada ofrece una mirada despiadada del México de hoy, la última escena es perturbadora: el “Diablito” rociando de plomo a sus rivales; se ha propuesto ser un chingón como su padre.

La otra cara de la moneda la representan los niños policías comunitarios. En poblaciones como Aguililla, Michoacán, en donde la disputa sangrienta entre cárteles por el control de la plaza deja cuerpos desmembrados, niños de entre doce y quince años toman las armas: provistos de rifles viejos, casi de utilería, se proponen defender a su pueblo. “Queremos defender a nuestra familia, porque el gobierno no nos quiere hacer caso, no quiere hacer justicia por nosotros y queremos que lo haga”, dijo una niña de 13 años. Una y otra son caras del mismo infierno.

El vacío de autoridad, la decisión de no enfrentar a los criminales obliga a estas decisiones desesperadas. Son también jóvenes construyendo el futuro.

Posdata: Javier Duarte, el exgobernador de Veracruz, está a punto de ser excarcelado, mientras tanto, a lo largo de casi una década su esposa se ha dado la gran vida en Europa, “tengo derecho a la abundancia” escribió en planas completas de cuadernos encontrados en una de sus residencias. “El marido al pozo y la viva al gozo” ¿o cómo era?

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario. @alfonsozarate

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