Se atribuye a Emiliano Zapata la advertencia de que la Silla del Águila estaba embrujada. Sin embargo, Andrés Manuel ni siquiera se había sentado en esa silla cuando ya tomaba decisiones desquiciantes, la primera, su pecado original: cancelar la construcción del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México.
Transcurridos casi cinco años de aquellos hechos, el pasado 16 de febrero, durante su conferencia mañanera, confesó sin rubor ni aspavientos, la manera en que tomó la decisión de parar ese proyecto que llevaba más de más del 30% de avance, para convertir la base aérea militar de Zumpango en el nuevo aeropuerto internacional de la capital del país.
Había llegado el tiempo de decidir, dijo, y le pidió a tres miembros de su gabinete, Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia; Carlos Urzúa, secretario de Hacienda, y Javier Jiménez Espriú, de Comunicaciones y Transportes, su dictamen sobre la pertinencia de continuar la obra. Los tres argumentaron que debía continuar.
Esa noche, López Obrador no pudo dormir; las razones de sus colaboradores chocaban con lo que le dictaban sus humores: él no era (no es) un continuador, sino un iniciador, un fundador, y para justificar semejante despropósito, dejó que “el pueblo sabio” resolviera el acertijo en un ejercicio tramposo de consulta.
Muchos actores advirtieron los riesgos de cancelar el nuevo aeropuerto, entre ellos, el entonces secretario general de la OCDE, José Ángel Gurría: “Los ojos del mundo están puestos en México. México no puede fallar; pondría en riesgo su prestigio como plataforma de inversión”. Citibanamex también previno: si se cancelan las obras en Texcoco “la inversión privada enfrentaría un ambiente económico y legal más incierto hacia el futuro”. El economista Sergio Luna lo llamó “el error de octubre”.
Frente a la sensatez que proponía continuar el proyecto, se impusieron los jugos gástricos. Para anunciar esa grave decisión, López Obrador montó una escena en la que resultaba notoria una mesa lateral en la que sobresalía un libro con el título ¿Quién manda aquí? La crisis global de la democracia representativa. Para mostrar quién manda, López Obrador tiró a la basura miles de millones de pesos, cancelando una obra que potenciaría el desarrollo del país y, a cambio, imponiendo un aeropuerto disfuncional, monumento a la insensatez y a la gloria de un hombre. Esa ha sido su forma de gobernar: una compulsión por derruir, aderezada por los apoyos sociales.
Durante el gobierno del presidente Fox se decidió que Texcoco era mejor opción que Tizayuca y una oferta grosera a los ejidatarios de San Salvador Atenco y un torpe manejo político de la protesta, frustró el proyecto. El Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra encabezó la oposición. Cuánto le ha costado al país la mediocridad de nuestra clase gobernante.
POSDATA
En 1968 marché con miles de jóvenes, lo mismo en apoyo del dignísimo rector Barros Sierra, que para denunciar al gobierno represor de Díaz Ordaz. Este domingo regresaré al Zócalo porque, otra vez, un autócrata se ha propuesto convertir a México en el país de un solo hombre.
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@alfonsozarate