Dice Lorenzo Meyer que la consigna “el INE no se toca”, que se desplegó en múltiples pancartas durante la marcha del 13 de noviembre, es ridícula; y nos recuerda que la Constitución ha sido modificada más de 700 veces. Estudioso de la realidad social, Meyer sabe muy bien que las consignas buscan expresar en una sola frase una demanda que no cabría de otra manera.

Lo que la consigna “El INE no se toca“ expresa es el rechazo de los sectores más conscientes de la sociedad a la pretensión del presidente López Obrador de capturar al INE para convertirlo en una réplica de lo que ya es la CNDH: un organismo apartado de su razón de ser y sometido a la voluntad del caudillo.

“El INE no se toca” implica rechazar el gesto demagógico de someter “a la consulta del pueblo” la elección de consejeros electorales que él habrá decidido. La consigna llama a impedir que Andrés Manuel se apodere de una institución que fue resultado de largas luchas cívicas y que ha garantizado elecciones que han llevado a tres alternancias en la Presidencia y también han hecho posible la alternancia en gubernaturas, alcaldías y en otras posiciones en disputa.

Pero lo anterior no implica negar que el INE necesita revisarse, que debe de costar mucho menos, aunque tampoco debe ignorarse que gran parte del costo es producto de los complejos procedimientos instaurados para atender la desconfianza ciudadana ante las trampas que acompañaban los procesos electorales.

“El INE no se toca” es la respuesta cívica a la andanada de insultos y amenazas que el presidente lanza de manera obsesiva contra el organismo ciudadano y contra quienes lo apoyan y ante lo que es evidente: el intento de reconstruir un régimen político autoritario en el que todas las instituciones se plieguen a la voluntad de un solo hombre.

Los programas sociales de este gobierno no son, como dice Meyer, “una forma pacífica de empezar a convertir en ciudadanos reales a millones de ciudadanos imaginarios”, por el contrario, lo que se propone es convertir a ciudadanos reales en clientes, en súbditos, como lo hizo el PRI durante tanto tiempo.

Pero si Meyer quisiera identificar una frase no solo ridícula sino funesta porque implica negar el Estado de derecho, tendría que mencionar la de “abrazos, no balazos”. ¿Abrazos a los criminales que extorsionan, secuestran y descuartizan a seres humanos? A los delincuentes hay que dejarles caer todo el peso de la ley, sin embargo, la orden presidencial es la de mantener a las fuerzas púbicas con los brazos caídos. ¿O qué decir de la candidez de otra consigna: “becarios, no sicarios”, que sugiere que una beca va a blindar a un muchacho de los tentáculos de la delincuencia organizada cuando como “halconcito” puede ganar en un día lo que un becario en un mes?

Y ahora que, fracasada la intentona de reforma constitucional y violentando las reglas parlamentarias, el oficialismo va por el Plan B, manda un mensaje oprobioso: ¡retendremos el poder por las buenas o las malas!

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario. @alfonsozarate


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