Lo que hemos visto con asombro en estos años es el asalto al poder por una clase política mediocre, inepta y rapaz —los griegos llamaban kakistocracia al gobierno de los peores—; una clique que se ubica lo mismo en el gobierno federal, que en el Poder Legislativo y en los gobiernos de los estados.
A Morena no le importó pactar con el diablo. Para ganar la elección en Sinaloa recibió el apoyo del Cartel del Pacífico que operó secuestrando a operadores políticos del PRI, robando urnas y “bajando” candidatos. Si ya con el gobernador Quirino Ordaz (para vergüenza nuestra, embajador ante España) era notorio el control de Culiacán por Los Chapitos, hoy con Rubén Rocha los criminales imponen su ley como se mostró durante el “culiacanazo” (17 de octubre de 2019) y el pasado 22 de marzo con el plagio de familias enteras. El gobernador solo acertó a declarar: “Son cosas que lamentablemente ocurren”.
En Campeche, Layda Sansores —hija de Carlos Sansores, El Negro, uno de los personajes emblemáticos de la corrupción priista— es una figura inepta y grotesca a la que, no obstante, defiende el presidente: “Layda es una gobernadora honesta, de buenos sentimientos”. En estos días miles de campechanos han salido a las calles exigiendo su renuncia. En Guerrero la descomposición es evidente, las principales ciudades del estado están bajo el control de los criminales y en Zacatecas el inepto gobernador David Monreal, desbordado por la delincuencia, solo acierta ¡a ponerse en manos de Dios!
Los habitantes de Michoacán, Veracruz, Chiapas, Tamaulipas, Sinaloa y Morelos también padecen la incompetencia y arbitrariedad de los gobernadores de Morena.
La insignificancia y la vulgaridad de la clase política obradorista se explica por una mixtura de ingredientes. Primero, por la condición que la hizo viable: que en 2018 como reacción al repudio que generó la cofradía rapaz de Peña Nieto, una parte sustantiva del electorado le entregó a Morena no solo la Presidencia de la República, sino enormes espacios de poder en el Legislativo y en los gobiernos estatales, pero el Movimiento nunca se planteó como objetivo estratégico la formación de cuadros para gobernar, lo suyo era otra cosa: el asambleísmo, la alharaca, la movilización callejera, el rupturismo.
Un segundo elemento fue la adopción por Andrés Manuel del pensamiento leninista. En El Estado y la Revolución, Lenin sostiene: “la mayoría de las funciones del antiguo poder estatal se han simplificado tanto que pueden reducirse a operaciones tan sencillas de registro, contabilidad y control, que son totalmente asequibles a todos los que saben leer y escribir, que pueden ejecutarse por ‘el salario corriente de un obrero’, que se las puede y se las debe despojar de toda sombra de algo privilegiado y jerárquico”.
Andrés Manuel replica a Lenin cuando sostiene que “gobernar no tiene ciencia”, y que la condición para integrarse al círculo del poder, es la militancia, la abyección.
Lo tercero es la obcecación del presidente de rodearse de figuras menores, nadie con brillo propio, nadie que oscurezca la luminosidad del líder, una kakistocracia.