Desde los días de Lázaro Cárdenas y, específicamente, a partir del momento en que expulsó del país al general Plutarco Elías Calles, los presidentes gozaron de los enormes poderes instituidos en la Constitución y en las leyes y legitimados por la costumbre. Pero lo anterior no evitó que de tiempo en tiempo algunos intentaran prolongar su mandato o, al menos, mangonear a su sucesor.

Durante la gestión de Miguel Alemán, políticos de distintos calibres promovieron su reelección; al final pesó en su ánimo su propia historia: su padre, el general Miguel Alemán González, había muerto defendiendo el principio de “no reelección”.

Luis Echeverría creyó que con José López Portillo prolongaría su mandato, una de las razones para escogerlo había sido que carecía de un grupo político propio. Poco tiempo le duró el gusto, Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación, ordenó que le quitaran el teléfono rojo que conservaba en su domicilio en San Jerónimo y pronto fue enviado a cumplir tareas diplomáticas en el extranjero.

Sin embargo, la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia revivió la figura del Jefe Máximo y significó la reconstrucción del presidente omnipotente. La orden de no moverle ni una coma a sus iniciativas al tiempo de nulificar al Poder Legislativo, exhibía su enorme soberbia y la sumisión de esta clase política.

Hoy distintas investigaciones periodísticas revelan la corrupción y los vínculos con capos del crimen organizado de miembros prominentes del obradorato. No obstante los indicios que vinculan a Adán Augusto con Hernán Bermúdez Requena, jefe del grupo criminal La Barredora, permanece como coordinador parlamentario de Morena en el Senado. Lo mismo ocurre con gobernadores cuyos vínculos con criminales han sido reconocidos por ellos mismos, como Rubén Rocha de Sinaloa, y sin embargo, los protege un manto de inmunidad: su cercanía con el Señor de Palenque.

¿Qué explica esa protección que desprestigia al gobierno, al Movimiento y a la propia presidenta? ¿Por qué la Fiscalía —hoy en manos de una funcionaria tan próxima a la doctora Sheinbaum— prefiere desempolvar viejos expedientes que involucran a políticos del “oscuro periodo neoliberal” en vez de mostrar que en la 4T no se toleran delincuentes?

Ante los excesos de la clase gobernante, que incluye a los hijos del patriarca, la Presidenta se limita a llamar a la austeridad, pero no se atreve siquiera a regañarlos. ¿Qué explica esta dejadez? ¿Es que ha establecido relaciones de complicidad con ellos o, simplemente, porque no puede?

Para responder a la pregunta “¿quién manda en México? Bastaría con preguntarse: ¿Quién decidió la lista de candidatos de Morena que hoy son gobernadores? ¿Quién palomeó a los candidatos a legisladores que hoy son diputados y senadores? ¿Quién designó como coordinadores parlamentarios en el Senado y Cámara de Diputados a Adán Augusto y Ricardo Monreal? Y más importante: ¿quién decidió que Claudia Sheinbaum fuera Presidenta de México?

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario. @alfonsozarate

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