Los resultados de los estudios demoscópicos publicados el pasado lunes anticipan el desenlace de la disputa interna de Morena que se conocerá oficialmente el 6 de septiembre: Claudia Sheinbaum representará a la 4T en las elecciones presidenciales del año próximo.
Esta vez, a diferencia de lo que ocurrió en 2018 con la encuesta truqueada que decidió la candidatura para jefe de Gobierno de la Ciudad de México, no habrá necesidad de cucharear los resultados porque Sheinbaum ganará las encuestas. Pero eso no quiere decir que ganará a la buena, muy por el contrario, desde el principio de este mandato y sin el menor escrúpulo, todo el aparato de gobierno se puso a su servicio.
El Presidente mostró de distintas maneras quién era su preferida: le levantó la mano, la señaló con su dedo, le dedicó las palabras más elogiosas y, por si fuera poco, la alentó a moverse anticipadamente, a recorrer el país para darse a conocer con el pretexto de dictar sus “conferencias magistrales” bajo el cobijo de los gobernadores morenistas.
El acarreo con recursos públicos (y otros de origen incierto) y los espectaculares y bardas por todo el país con la frase “#Es Claudia”, fueron solo un asomo de la manera en que se construyó desde el centro del poder esa candidatura.
“La cargada” ha incluido lo mismo a gobernadores que a legisladores y moneros. Durante los festejos de Morena por el tercer aniversario de su triunfo, los asistentes recibieron a Claudia con la arenga “¡presidenta, presidenta!” ante la complacencia de López Obrador y algo muy importante: ante el derrumbe en la línea 12 del Metro, un hecho que en otras condiciones pudo haber enterrado sus aspiraciones, asumió su defensa.
Pero, ¿por qué el Supremo Elector escogió a Claudia y no a Marcelo? Porque solo ella cumplía con los requisitos esenciales: la incondicionalidad (ella y Adán Augusto le garantizan la sumisión total); la continuidad de su proyecto —no se apartó ni un milímetro del libreto—; la protección para él y su familia (es decir, la impunidad para cuando Andrés ya no tenga el blindaje de la Presidencia de la República). Además, lejos de los alardes de los “fantoches”, se muestra sencilla y austera, no tiene un grupo propio (todo su poder es derivado) y, sobre todo, es su hechura, la nacida de sí.
Habrá que ver qué porcentaje le reconocen. Una ventaja de más de 10 puntos no dejará margen a Marcelo Ebrard para el pataleo, solo podrá denunciar lo que fue un proceso tramposo con los dados cargados, y en el caso de que Claudia gane la elección presidencial, difícilmente podrá ser el coordinador parlamentario de Morena en el Senado porque resultaría un coordinador incómodo.
En Morena, ciertamente, ese arroz ya se coció, pero el presidente no le entregará a Claudia el bastón de mando, solo la estafeta. Será él quien decida la integración de las listas de candidatos para el Congreso de la Unión, las gubernaturas e incluso el gabinete. ¿O alguien será tan ingenuo para creerle el cuento de que cuando deje la Presidencia se recluirá a escribir sus memorias?