Las palabras importan, y más cuando las emite un personaje con un peso singular. El expresidente Ernesto Zedillo —que sin pretenderlo llegó a la Presidencia como consecuencia del asesinato de Luis Donaldo Colosio— ha decidido propagar su visión sobre el momento que vive el país, una visión amarga. La indignación que le provoca la realidad mexicana: una democracia asediada lo llevó a romper su propósito de guardar silencio sobre los acontecimientos políticos en México.

Zedillo recibió una nación con una severa crisis financiera y enredados desafíos políticos, y después de un inicio azaroso y de decisiones controversiales, entregó buenas cuentas: una reforma política de gran calado y una economía con un crecimiento vigoroso (casi 7%), hizo más: sin dudarlo, reconoció el mandato de las urnas que llevó a la alternancia en la Presidencia de la República.

Ahora Letras Libres publica su artículo “México: de la democracia a la tiranía” en el que denuncia que “los gobernantes de Morena están transformando la auténtica democracia lograda a finales del siglo XX, en otra tiranía.” En México, sostiene el expresidente, ya no hay división de poderes, ni elecciones limpias sancionadas por un órgano independiente, ni un poder judicial independiente… En ese andar tan ominoso, advierte, “pueden llegar al extremo de eliminar la no reelección presidencial”.

La Sociología Política distingue entre un régimen democrático, una dictadura y un régimen autoritario, que reúne ingredientes de la democracia y la dictadura. Los gobiernos del México de la post revolución fueron autoritarios pero no dictaduras. Para justipreciar lo que es una tiranía hay que recordar la que impuso Victoriano Huerta a partir del cobarde asesinato de Madero y Pino Suárez, una orgía de sangre.

En los años 70 del siglo pasado, varios países del cono sur, significativamente Chile, Argentina, Uruguay y Brasil, sufrieron la experiencia de dictaduras militares: el terrorismo de Estado, la persecución a los opositores, periodistas críticos, sindicalistas y artistas, lo que llevó a encarcelamientos, torturas y ejecuciones extrajudiciales.

Lo que está en curso en este momento en México se llama autoritarismo; en una dictadura, los espacios de crítica ya estarían cerrados y los detractores estarían en la cárcel, desaparecidos, ajusticiados o se habrían refugiado en el extranjero.

El gobierno se conforma por ahora con denigrar, intimidar y apretar mediante la Unidad de Inteligencia Financiera, el SAT o los aparatos de inteligencia del Estado a quienes se atreven a exhibir los excesos de la clase gobernante, su corrupción, su ineptitud, sus proyectos malogrados, su vulgaridad y su autoritarismo. Pero no han ido más allá. Sin embargo, vivimos un momento de alta vulnerabilidad. Del autoritarismo a la dictadura solo hay un paso.

Ante la indiferencia de la mayoría de los mexicanos avanza el desmantelamiento de la joven democracia. ¿Se conformarán los obradoristas con instaurar una autocracia (“ahora somos gobierno y se chingan”, ha dicho uno de sus próceres) o sacarán sus peores humores, sus resentimientos más oscuros, para imponer una tiranía?

@alfonsozarate

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